6 | 2015
Madrid, traces et tracés (1950-2000)

Une ville est un discours adressé à soi-même et aux autres. Elle cumule autant de récits que de cicatrices, autant de cicatrices que d’histoires, autant d’histoires enfouies dans son sol, dans les traces laissées par des occupations antérieures, par les usages privés, les topographies sentimentales, personnelles et collectives. C’est un complexe, pour employer le langage de la chimie, autrement dit une combinaison de récits qui s’assemblent en un discours unique. Ce document recueille les travaux présentés lors de la réunion scientifique internationale « Madrid, traces et tracés », organisée par Serge Buj à l’UFR Lettres de l’Université de Rouen, le 20 février 2015, avec le soutien du Laboratoire ERIAC.

Couverture de

6 | 2015

Topofilias: Madrid en la relación autobiográfica (1942-1978)

Miguel A. Olmos


Résumés

Dans le sillage des travaux de Gaston Bachelard et de Michel Collot, examen de certains lieux de Madrid, tels qu’ils sont évoqués dans les récits autobiographiques d’une dizaine de littéraires nés entre 1922 et 1936 – Benet, Semprún, Goytisolo, Nieva, Martín Gaite – demeurant dans la capitale tout au long de la période dictatorale qui s’étale des années 1940 à 1978. Les penchants « topophiliques » ou querencias analysés incluent l’espace intime de la maison, quelques zones périphériques ou marginales ainsi que des lieux de sociabilité marqués par la besogne corporelle (des bars, des maisons de rencontre), plus une note sur la cartographie (imaginaire) de la capitale.

En la estela de los trabajos de Gaston Bachelard y de Michel Collot, examen los espacios de la ciudad de Madrid tal y como son recordados en las autobiografías de una decena de literatos nacidos entre 1922 y 1936 –Benet, Semprún, Goytisolo, Nieva, Martín Gaite– establecidos o asiduos visitantes del Madrid de la dictadura. Las “topofilias” o “querencias” analizadas incluyen espacios domiciliarios, ciertas zonas extrarradiales y lugares de sociabilidad marcada por la necesidad corporal –bares, casas de encuentro-, más un apunte sobre la cartografía (imaginaria) de la capital.

Texte intégral

“A city becomes a world when one loves one of its inhabitants” (Laurence Durrell, Alexandria Quartet [1960])

Para Marta

1Un especialista de la edificación de Madrid no en el espacio físico, sino en ese otro espacio mental que genera la literatura, indicaba hace poco que se carece todavía de un mapa de los puntos de venta de periódicos, libros y revistas en la capital durante los años veinte y treinta, puntos decisivos por su actividad cuantitativa y por las conexiones interclasistas que entretejen. Un mejor conocimiento de estos lugares, o de otros vinculados a costumbres o a ritos diferentes de los de la lectura, como los rascacielos de la Gran Vía, los patios de vecindad, las verbenas, los cines, las salas de baile o las casas de comida, nos enseñarían mucho sobre los “encuentros, desafíos y presiones” de que habla Lewis Mumford, tan reveladores para el desarrollo de las “Historias culturales”1. A continuación nos lanzaremos a un breve recorrido por el Madrid de posguerra tal y como aparece en relatos autobiográficos a cargo de literatos –y por ello a veces de muy original factura– oriundos de la capital, allí residentes o que la visitaron con frecuencia entre 1940 y 1978, a lo largo del período de consolidación y disolución de la dictadura.

2Incitan a esta prospección otras dos guías metodológicas. La primera de ellas, la poética espacial de Gaston Bachelard, examina a partir de textos literarios el fenómeno de los lugares amados, elogiados o felices, que sin cesar reviven en la imaginación. Objeto de ensoñaciones absorbentes y por ello poderosos captores de exterioridad, estos lugares componen un repertorio de imágenes denominadas topofílicas. La matriz primera de las topofilias resulta ser la casa (natal), con sus cuartos abiertos o cerrados, llenos o vacíos, frecuentados o desiertos; con sus rincones (coins) protectores o secretos que, como las ventanas de la casa, se abren a lo infinito, o lo reciben, colmándose de imágenes así como de sonidos –sonidos oceánicos, especifica Bachelard2.

3Mi segunda guía ha sido la “geografía de la literatura” impulsada por Michel Collot y otros especialistas franceses, de la que solamente se tendrán en cuenta dos de sus orientaciones: una geocrítica, bien explotada ya, que se encarga de estudiar las representaciones del espacio en los textos atendiendo a sus modulaciones ficcionales y sus temas preferentes, o excluyentes, y una geografía literaria, cuya misión consiste en situar las producciones de la literatura en sus correspondientes lugares físicos, sin olvidar preciosas indicaciones de orden histórico. La geografía literaria nos brinda así “atlas novelescos” de lectores y escrituras, como los establecidos por Franco Moretti. ¿Por dónde se pasean los escritores madrileños en busca de inspiración? Aplicada al Madrid de la postguerra, esta “geo-literatura” lleva a situar las creaciones poéticas en los ámbitos donde efectivamente se ejecutan o ejercitan; lo que sin duda podría aportar luego ideas utilizables desde perspectivas sociológicas, económicas y hasta urbanísticas3.

4Nuestra investigación resulta incompleta y hasta parecerá arbitraria en alguna ocasión. Para obtener conclusiones amplias, se ha preferido al examen exhaustivo de un autor o de un tipo de lugar la extensión de las fuentes de búsqueda, determinadas por criterios genéricos y cronológicos: relaciones autobiográficas de escritores nacidos entre 1922 y 1936. Con todo, los resultados de la encuesta plantean un problema difícil de resolver, que intentaré formular a continuación: la suma de referencias y descripciones recogida en la decena de obras examinadas hace aparecer un Madrid mutilado, sorprendentemente inacabado o fragmentario. Hay varias explicaciones posibles: por un lado, la hegemonía de los espacios internos, privados o íntimos, es aplastante. En estos relatos, interesa casi siempre más el ámbito personal que los comunes. Cuando el espacio público acapara la atención, lo hace sobre todo por su vinculación a una persona o a un grupo, y muy rara vez sucede lo contrario. En segundo lugar, la representación del Madrid abierto o externo –es decir, de una serie infinita, ordenable con dificultad, de “lugares”– es diversamente explícita, y casi siempre superficial. En algunos escritores, la descripción espacial resulta escueta, con frecuencia abstracta e ideológica. Así en las memorias de Juan Goytisolo, al argumentar su preferencia por lo suburbial frente a los barrios acomodados, que atribuye a su primera experiencia de la vida nocturna de Madrid, en la década de los cincuenta:

A los veintiún años descubría así lo que luego sería una constante en mi vida. Mi desafecto y aun horror a los ámbitos y áreas urbanos despejados, limpios y simétricos, desesperadamente vacíos, con sus calles bien trazadas y pulcras, espacios acotados, circulación fluida, existencia sonámbula: habitantes atrincherados en sus casas, jardines, cercas, signos exteriores de no compartida riqueza, frigidez, egoísmo, vitalidad anestesiada. Mi pasión, en cambio, por el caos callejero, transparencia brutal de las relaciones sociales, confusión de lo público y lo privado, desbordamiento insidioso de la mercancía, precariedad, improvisación, apretujamiento, lucha despiadada por la vida, medineo fecundo, imantación misteriosa4.

5Otras veces, el espacio queda reducido a indicación, a mera referencia, como la enumeración de las calles donde a partir de 1970 se reside, de manera siempre provisional, en el esbozo autobiográfico de Rafael Sánchez Ferlosio:

Los hijos de los dueños de viviendas de alquiler deben de tener uno de los índices de nupcialidad más altos del país, dado que por lo mismo por lo que había sido desalojado de Prieto Ureña lo fui de la Glorieta de Bilbao. Aquí, en este “estudio” de la calle de Agustín de Rojas, ya solo a unos 200 metros de la vivienda familiar, empecé por recopilar todos los materiales no literarios que forman los dos volúmenes de Ensayos y artículos, con más o menos un tercio de cosas publicadas en libro, otro de cosas solo salidas en diarios y revistas, y un último tercio, en fin, de inéditos…5

6Dicho de otra manera, es constante en las obras examinadas el desajuste entre referencia y descripción: recibimos de continuo nombres de lugar de un Madrid evocado de manera sucinta, al tiempo que se describen con atención más intensa o en sí mismos espacios personales, geográficamente madrileños pero ilocalizables, que, en realidad, pudieran estar en cualquier otro sitio. Para la ordenación de los pasajes que sigue se ha adoptado un criterio cuantitativo, por frecuencia y relieve del recuerdo.

Zonas y casas

7Un primer bloque de topofilias remite al espacio privado de la casa, tanto la propia como las ajenas. Sorprende la constancia con que lo domiciliar aparece en las memorias, en especial si tenemos en cuenta que, según Bachelard, los apartamentos urbanos, de un solo piso, resultan “oníricamente incompletos”, pues suele faltarles una dimensión básica, la verticalidad –por lo común carecen de desván y de sótano6.

8Dos constantes: la autobiografía atestigua querencias: los espacios descritos se inscriben en un ámbito imantado por los seres queridos. La atracción al lugar viene filtrada por la atención a la persona. Por otra parte, resulta muy difícil aislar o abstraer completamente el espacio doméstico de su entorno inmediato: los apartamentos vecinos, el inmueble, la calle propia y las colindantes, o la indeterminable “zona” en que se encuentran. Así, en El cuarto de atrás –la desatendida habitación de las ensoñaciones–, un relato inclasificable que reúne crítica poética y trasfondo autobiográfico, Carmen Martín Gaite describe en pormenor la casa de sus abuelos, el número 14 de la calle Mayor, en pleno centro de la ciudad; pero la descripción del domicilio de la familia acaba siendo indisociable del lugar en que se encuentra, de su portal oscuro, de los locales de enfrente, de un ascensor chirriante que se detiene casi siempre en la pensión del segundo piso –con la consiguiente frustración de la protagonista, impaciente de novedades que no llegan. La exterioridad se infiltra así en la casa, que se abre a lo de afuera, a lo de abajo: hay unos butacones desde donde se escuchan las canciones de la radio; hay un balcón corrido, con macetas y barrotes, abierto a una ciudad vibrante y llena de sonidos:

[M]e quedé mirando al interior del portal oscuro, imaginando que el ascensor pueden haberlo reformado. Subía por dentro de las barandillas y se le oía chirriar desde todas las habitaciones de la casa, como una carcoma intermitente; solía detenerse de preferencia en la pensión del segundo, “La perla gallega”, de donde venía por el patio un rumor de huéspedes jóvenes, que a ratos se asomaban en mangas de camisa […]. Afuera, la ciudad bulliciosa invitaba a la aventura, me llamaba, todo mi cuerpo era una antena tensa al trepidar de los tranvías amarillos, al eco de las bocinas, al fulgor de los anuncios luminosos alegrando allí, a pocos pasos, la Puerta del Sol, y me sentía tragada por una ballena7.

9La ciudad seduce pues a la niña de provincias, que esperará luego con ansia próximas visitas a la capital, entre otros motivos para hacer compras, o para asistir a funciones teatrales8. No todo es sin embargo ensoñación de aventura en los textos autobiográficos, que poseen también un valor documental. Abundan las descripciones sutilmente informativas en la autobiografía del dramaturgo Francisco Nieva, en especial las de habitaciones estrafalarias, como la que fue del general Perón durante su exilio en Madrid, todavía repleta de obsequios incongruentes; o la del pintor académico Eduardo Chicharro, en la plaza Vázquez de Mella9. En Otoño en Madrid hacia 1950, Juan Benet describe, entre otras, la de Pío Baroja, en las inmediaciones del museo del Prado, y la de Luis Martín Santos en sus años jóvenes, una pensión de la calle Barquillo10. Debe observarse la contigüidad de estas casas amigas a la del novelista en herbe, en la calle Alberto Bosch, dentro de un rectángulo delimitado por el Museo del Prado, el Parque del Retiro, el Jardín Botánico y la Puerta de Alcalá. En el período que examinamos, como ya en el inmediatamente anterior, se trata de una zona densamente poblada por literatos de clase alta y bien establecida. Benet es más discreto sobre su propio domicilio, del que deja sin embargo alguna estampa curiosa, casi de género chico, como la de la cena semipública en el rellano de la escalera, a causa del hartazgo familiar por comer a oscuras durante los incesantes cortes de luz:

En mi casa, no sé por qué, la mayoría de los apagones eran exclusivamente domésticos, quedando todos los pisos a oscuras mientras el portal y la escalera seguían iluminados. Mi madre, cansada de cenar tantas veces aux chandelles –costumbre que desde aquellas fechas a mí me revuelve las tripas–, decidió una noche sacar un velador al rellano, donde cenamos toda la familia muy satisfechos del recurso y ante el asombro y la intimidación de los vecinos conturbados por las molestias que causaban con su paso porque se trataba de un inmueble de tres pisos, sin ascensor. Pero con el tiempo también los vecinos consideraron el recurso aprovechable, así que en tres o cuatro ocasiones la escalera quedó ornada y animada con una cena en cada rellano, lo que le daba un cierto aspecto de baile de ópera11.

10Mención aparte merece la casa de la calle Concepción Bahamonde número 5, cerca de la plaza de Manuel Becerra, que desempeña una función central en la Autobiografía de Federico Sánchez (1977), de Jorge Semprún. Semprún es escritor plurilingüe de múltiples nombres falsos y destacado activista clandestino del Partido Comunista de España en Madrid entre 1953 y 1961. El partido pone a su disposición la casita de Concepción Bahamonde, en la que le sucederá Julián Grimau. No hay memorialista, entre los consultados, más agudamente consciente de donde se encuentra –streetwise– ni informador más atento al entramado espacial de Madrid, que Federico Sánchez. Es, de hecho, quien más zonas menciona o frecuenta, y el único en evolucionar por la ciudad de manera consciente, como si consultase un mapa mental interno. Este plano no es sociológico, ni monumental, ni mucho menos gastronómico; es un plano pragmático, levantado en función de casas amigas y zonas de peligro, de calles-trampa. Acaso en la estela de un conocido texto de Jorge Luis Borges, el mapa secreto que Federico Sánchez tiene de Madrid acaba componiendo también una cara, pero no la propia, sino la de Roberto Conesa Escudero, antiguo colaborador de la Gestapo, responsable de la Brigada Social, hábil ex-inflitrado e implacable gestor de confidentes:

Conesa, como imagen genérica, multiforme, personificación de la Brigada Social, vaga confusamente, al acecho, por la geografía de Madrid. En la calle tal hay una guarnicionería, un pequeño taller artesanal donde trabaja una familia nuestra. No conviene pasar por allí, porque Conesa se descuelga, a veces, para husmear el ambiente, para intentar enterarse de algo. Así, Madrid, algunos barrios de Madrid, están como constelados de puntos neurálgicos, gangliones infecciosos, luces de peligro que se encienden, alucinadoramente, en la noche: hay que evitarlos. Con Simón, por ejemplo, no puedes pasear por ciertos barrios, ciertas calles. Hay que ir bordeando, dando de lado, esos barrios y calles. Como en los mapas antiguos las zonas aún inexploradas –hic sunt leones–, ciertos rincones de Madrid se cubren mentalmente de manchas grisáceas, o de color sepia: desiertos peligrosos. Desiertos evitados para no darse de bruces con los peligros que vienen del frío del pasado, los nudos que el pasado ha ido tejiendo en la trama de los años que pasan. Y Conesa, como imagen genérica, multiforme, de la Brigada Social, es el pequeño dios astuto, despiadado, de esa geografía mental que recubre, como una sutil rejilla traslúcida, las casas y los barrios, las avenidas y las plazas de Madrid12.

11Del jefe de la Brigada Social se habla en tono muy diferente en algún pasaje del libro: “Del superagente Conesa me he reído yo todo lo que me ha dado la gana”; sin embargo, es constante la amenaza que representa. Resulta por este motivo conmovedor otro mapa de Madrid, de signo muy distinto, compuesto la noche del 17 de junio de 1959, víspera de la Hache Ene Pe o “Huelga Nacional Pacífica”, que Federico Sánchez organiza con Simón Sánchez Montero, a quien se ha detenido ese mismo día, al caer la tarde, entre dos citas. Entrada la noche, Federico decide volver al piso de Concepción Bahamonde, no sin cumplir antes con el estricto protocolo de seguridad del activista, una deambulación caprichosa para comprobar que no se es seguido. Pero Sánchez advierte que todas sus precauciones son, si no gratuitas, contradictorias, porque su venida a Concepción Bahamonde es ajena a toda prudencia: Simón Montero, uno de los pocos en conocer la dirección del piso, está siendo interrogado, puede pensarse que con violencia, en el mismo momento en que Sánchez se dispone a entrar en la casita. Acaba sin embargo comprendiendo que no hay tal contradicción, que pasar la noche en la casa de Concepción Bahamonde equivale a compartir, como liturgia o como rito, los dolores del compañero, a estar acompañándole, y que la libertad no es sino “el silencio de los camaradas detenidos”. La vela en la ventana deviene así un símbolo amoroso o fraterno en este segundo panorama mental de la ciudad:

Y es que Simón sabe dónde estás. Conoce esta habitación, con su cama de hierro, su armario, su mesilla de noche. Conoce la habitación antigua, en la que trabajas: una mesa, una silla, la máquina de escribir, algunos libros. Conoce estas dos habitaciones diminutas, desnudas. Él ha vivido en esta casa de Concepción Bahamonde antes de que tú vivas en esta casa. Y cuando tú dejes de vivir en esta casa, Julián Grimau vivirá en esta casa. […] Simón, encerrado en su silencio, envuelto en su silencio virtuoso, puede proyectar sobre la geografía de Madrid las luces tenues, trémulas, de unas cuantas habitaciones, unas cuantas lámparas encendidas: señales, signos, mensajes, centinelas, en esta noche de junio. / Por eso has venido a dormir aquí, a esta calle de Concepción Bahamonde. Para que en la memoria de Simón, interrogado, torturado, pueda encenderse esta lámpara tuya, esta lámpara entre otras fraternales. Para que Simón no esté solo. Para no estar solo tú tampoco. Para estar con Simón esta noche. / Para estar juntos esta noche de junio13.

12El trabajo en la clandestinidad no es la única explicación de la particular sensibilidad espacial de Sánchez. Semprún ha conocido de niño el Madrid de preguerra –con casa familiar en la calle Alfonso XI, la misma zona acomodada y céntrica que Baroja y Benet– que habrá abandonado antes de 1939. El tema de la ciudad como palimpsesto temporal aparece pues en varios pasajes de la Autobiografía. Las zonas antiguas y actuales de Madrid se superponen en las percepciones de Federico Sánchez, de nuevo en función de sus interlocutores y de sus historias personales respectivas: en sus encuentros con el dirigente comunista Francisco Romero Marín, “Aurelio”, la Casa de Campo le hace evocar la Guerra Civil; pero en las citas con Francisco Bustelo, responsable de la Asociación Socialista Universitaria, induce en él una impresión de naturaleza primaveral o extrahistórica –“un paisaje sin moros ni cristianos”. Otras veces, de manera más oscura, son los lugares –o los objetos de un lugar, como si fuesen babuschka, muñecas rusas– lo que desencadena la asociación de tiempos: así, un banco de piedra de la colonia de El Viso, de nueva construcción, tras un encuentro con Bustelo:

Te apartabas de ese banco de piedra, Aurelio se iba en un taxi y esto era un descampado. Levantaba el viento de la Sierra torbellinos de polvo y hojarasca. Pasaban, acaso, rebaños de corderos, que venían desde los campos lejanos, como en tiempos de la Mesta, para cruzar por Madrid siguiendo el itinerario de las cañadas reales. / Pero te apartabas de ese banco de piedra y de ese lejanísimo paisaje de tu infancia. Te encontrabas solo y echabas a andar hacia la casa de Amparo y Gabriel, en Nieremberg14.

Naturaleza y ruinas: extrarradios

13La dimensión temporal de la relación autobiográfica enriquece y complica aquí una antítesis de campo y ciudad muy repetida en las memorias examinadas. Se combine o no con la evocación del pasado, de la Historia incluso, la imagen de las afueras, del juego de fuerzas de la naturaleza y la cultura, se convierte en espejo inevitable, siempre turbador, de la Ciudad y sus aspiraciones15. Este símbolo es con frecuencia grotesco, negativo, y capta con rapidez imágenes demoníacas o de régimen “nocturno”, según Northrop Frye. Desde una perspectiva histórica, por otra parte, lo que se sabe del desarrollo físico de la capital, rápido y desordenado a partir de 1940, no puede sino potenciar la frecuencia de este tema. Fue designio nunca alcanzado de los urbanistas de la dictadura el aislamiento social y político de los barrios periféricos del centro de la ciudad mediante sucesivos “cinturones”, a la vez que un creciente aluvión de inmigrantes no consigue encontrar sitio para alojarse ni en la capital ni en sus alrededores, con lo que las afueras se convierten en un gigantesco wasteland, un campo baldío ajeno por igual a la naturaleza y a la civilización, pero intensamente atractivo para la literatura16.

14Se diría pues que el suburbio, incivilizado, salvaje, grotescamente natural, disuelve la integridad urbana de Madrid o la ridiculiza. Desde esta perspectiva distópica, es común en las memorias examinadas la evocación de estampas animales. Benet refiere la interrupción del tráfico de tranvías, en plena puerta de Alcalá, por el paso intempestivo de pastores de ovejas, y Nieva recuerda, todavía fascinado, la visión a la luz de la luna de un rebaño de corderos estabulado tras un portalón, en un “antiguo bulevar”17. Otras veces son los humanos quienes parecen animalizarse en las afueras de la ciudad, como sucede en una estampa, casi goyesca, del extrarradio norte de Madrid hacia 1945, de nuevo en Nieva. Aún muy joven, el futuro escritor confronta una vida precaria, con trayecto cotidiano de ida y vuelta, a pie y en tranvía, desde Cuatro Caminos, donde vive, a los estudios cinematográficos “Sevilla Films”, en Chamartín, donde trabaja:

A veces hacía otra combinación para ir a Chamartín, tomando un tranvía en la glorieta de Cuatro Caminos, aunque después había que caminar más para llegar a los estudios. En las bocas del metro se veían muy de mañana a las “estraperlistas”, musitando a los viandantes: “Tengo barras, vendo barras”. Barras de pan bastante grises. “Vendo tabaco, Ideales y de hebra”. ¡Qué mundo simiestro! Viajábamos siempre en compañía de muchos curas y monjas. No se explicaba uno de dónde podían salir tantos. […] La vuelta del trabajo la hacía algunas veces a pie, por los accidentales descampados con el trazo de las viejas trincheras. Al atardecer allí se escondían algunas fulanas que buscaban a los obreros y que ofrecían cigarrillos de marihuana. “¡Qué güeña está la mariguañaaa!”, decía con voz de flauta una vieja que asomaba la cabeza detrás de un montículo. El caserío de Chamartín era entonces muy pobre. Aquellos desairados parajes parecían estampas de Ricardo Baroja. Cuando los recuerdo, los reconozco trascendidos a símbolo en los dibujos de Steinlein o de Francisco Sancha. Pobreza de época, pobreza en sepia o sin apenas color. Y no es lo mismo vivirlo que pintarlo18.

15Cuando Nieva regrese a Madrid a finales de los años sesenta, después de una larga temporada de vanguardista y gigoló parisino-veneciano, se establecerá no en Cuatro Caminos, sino hacia el este, en la avenida de Nazaret, en el barrio del Niño Jesús. No es caso único. El piso franco de Concepción Bahamonde también parece situarse en una estratégica encrucijada de tiempos, cerca de la Puerta de Alcalá y de otras zonas residenciales, pero en el corazón de una visible expansión urbana hacia el este-nordeste, en sucesivos ensanches de una ciudad cada vez más populosa, por una franja que absorbe antiguos extrarradios –Prosperidad, El Viso o la Guindalera, por donde Alfanhuí veía rebaños de churras pastando hierba entre escombros– e integrando también antiguos “andurriales”, ahora en construcción: ejes como Doctor Esquerdo, Arturo Soria o Ciudad Lineal (más tarde, barrios-bloque como La Concepción, Estrella, Quintana, Moratalaz, Vicálvaro o Vallecas). Con diferencia, la ciudad crece literariamente en esta dirección, y dichas zonas acumulan, de manera significativa, un alto número de escritores e intelectuales, muchos de los cuales frecuenta Federico Sánchez: Gabriel Celaya en la calle Nieremberg, Ángel González en San Juan de la Cruz, Javier Pradera, Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, y hasta los Panero y Dionisio Ridruejo, por los alrededores del Retiro, del lado de Ibiza19.

Bares, citas

16Una segunda serie topofílica se centra en diversos espacios de sociabilidad, variamente referidos o descritos: cines, salones de baile, hoteles, teatros, locutorios, alguna librería. Llama la atención sin embargo la recurrencia, riqueza y atención con que se evoca dos tipos de lugar, ligados a actividades corporales primarias: bares y casas de encuentro. No pocas veces, ambos espacios, con múltiples variantes y subcategorías, parecen intercambiar o yuxtaponer sus funciones. Así, en su Registro de recuerdos, Agustín García Calvo da testimonio de la inmediatez de las dos series en un corto y movido relato del “pronunciamiento de estudiantes” de 1965. Se lanza a la calle, dice, y descubre un Madrid desconocido, rico en “cafeses, cafetines, tabernas, tugurios”, que desemboca en un encuentro agridulce con una bella conocida, sobre la “áspera felpa roja” del café de Levante, en la Puerta del Sol:

ando, escaqueándome, / por los alrededores del Rastro, y héte aquí que, al revolver de una esquina, casi me topo de pecho a tetas nada menos que con Angelines, / de mis antiguas alumnas que fuera ella y me ponía buenos ojos verdes (¿hasta me guiñó uno alguna vez?), y seguía yo a menudo acordándome de sus gracias; / conque ahora, para una vez que, en vez de toparme con un comisario, un registrador, un académico, me topo con Angelines, ¿cómo la voy a dejar huír?: / nos hablamos; le propongo (he quedado en ir a casa de don Santiago Montero, que es compañero del trajín y un regalo de hombre; mas sin embargo), / le propongo que nos encontremos en un café, y, al poco rato, en la misma Puerta del Sol, en las honduras del Café de Levante siempreviejo, / ahí está ella frente a mí, sentándose con la falda que se le remanga ligera por las blancas piernas en el diván de roja felpa áspera, / y ahí nos refregamos tímidamente un rato, porque no deja ella de tener (maldita sea) sus temores, y yo los míos…20

17Por su parte, la novelista y editora barcelonesa Esther Tusquets, visitante asidua de la capital por motivos de trabajo, evoca un grotesco y frustrante “bar de citas”, que frecuenta con un amigo que la recoge en su hotel habitual, el Palace:

Casi siempre íbamos a un lugar que se llamaba algo así como “El tren del amor”. Estaba en un parque, y los asientos pardos, con una mesita delante donde te dejaban los refrescos, se alineaban uno tras otro, a fin de que no te vieran los ocupantes de las otras mesas, que de todos modos no te hubieran visto, porque estábamos todos ocupadísimos besuqueándonos y acariciándonos hasta morir. Muy España años 60. La cachondez reprimida alcanza grados insospechados… Después, si Paco no había conseguido que un amigo nos prestara su piso, y como yo me negaba en redondo a que subiese a mi habitación o a recurrir a una casa de citas (ni siquiera Oriol lo había conseguido), me dejaba a mí en el hotel y se largaba hecho unos zorros21.

18Con alguna excepción, en los años cincuenta, bares y prostíbulos se habían concentrado en la zona centro, en el casco viejo: Benet menciona casas en Barquillo y Hortaleza, en Reina y Pelayo, y se detiene algo más en un curioso piso de entretenidas de empresarios vascos, que llegan siempre a destiempo y sin avisar, en la calle Máiquez, al este de la ciudad22. Goytisolo cita las calles San Marcos, Carretas o Echegaray, buenas para todo, y dice incluso haber encontrado, durante su estancia de 1952-1953, un paraíso liberatorio en “aquella capital aún hambrienta, provinciana y mediocre, ferozmente castigada por la guerra”. El novelista vive por Argüelles, cerca de las residencias universitarias donde se aloja su hermano; por allí merodea con amigos de tertulia, clasificando bibliográficamente los bares por literaturas, “inglesa, rusa o francesa, según se tratase de ginebra, vodka o coñac”23.

19Frecuenta Goytisolo lo que Benet y su cuadrilla llaman “El Piélago” : el “barrio húmedo a la espalda de la Carrera de San Jerónimo, entre Victoria y Echegaray”. Benet es muy preciso en la localización de bares, casi todos en el área colindante a la zona donde vive: la cervecería Estay, al lado de la pensión de Luis Martín Santos, donde se empieza o se termina la noche; la tertulia de vascos en el bar Gaviria de la calle Víctor Hugo, hacia 1948, a la que sucede en 1949 la del bar “Gambrinus” de la calle Zorrilla, donde se discute existencialismo, fenomenología o literatura en presencia de Alfonso Sastre, Emilio Lledó, Ignacio Aldecoa, Martín Gaite y Sánchez Ferlosio, entre otros; o bien el Cock de la calle Reina, local excepcionalmente bien descrito, con su inveterado escritor desconocido dentro. Antes de la adopción general de la semana inglesa, que duplica y tempera los ocios, el único día para todos los abusos es el sábado. Así describe Benet uno de ellos, con anécdota incluida, en una atmósfera se diría que tomada de las escenas nocturnas del Ulises de Joyce:

La noche del sábado comenzaba después de cenar en el café de Gijón o en cualquier otro establecimiento del barrio, igualmente equidistante de nuestros domicilios, que no echara el cierre antes de las dos de la madrugada. En las dos o tres horas de café la conversación era obligadamente culta, iconoclasta y acalorada. Así pues a la mesa se sumaba todo aquel que lo considerase conveniente y siempre que fuera culto, iconoclasta y acalorado. Una hora antes de que se echara el cierre acudía –siempre deprisa y procedente de lugares ocultos– José Suárez Carreño, que como había publicado dos volúmenes de versos en la colección Adonais, Edad de hombre y La tierra amenazada, se le conocía en todos los medios por el “Macho amenazado”. Entonces no se empleaba como ahora el término Macho como apelativo coloquial –o al menos en nuestro medio– y cuando así le llamábamos éramos muy conscientes de estar utilizando la mayúscula. Ferlosio recuerda que estuvo a punto de morir aplastado por un taxi al quedar petrificado en medio de la calzada a causa de una advertencia que Pepín Vidal dirigió al Macho en plena calle de Alcalá: “Mira, Macho, el ser que a nosotros nos interesa no es el ser de la axiología”. ¿Quería dar a entender tal vez que no se debían rehuir los lugares menos recomendables? Sin embargo era norma no acudir al burdel los sábados por la noche, aun en casos de extrema necesidad. Estaban demasiado llenos y a ciertas horas era preciso hacer colas, y como dice D.a Luisa en Tiempo de silencio, era impropio de nosotros24.

20Los modos de consumición de Semprún resultan más discretos, más eclécticos y, en particular, más centrados en el ensanche del este, que se está convirtiendo en nueva plaza social y literaria. Federico Sánchez bebe vino tinto y discute de semántica con Javier Pradera y Rafael Sánchez Ferlosio callejeando por los alrededores de Doctor Esquerdo, ve regularmente a Dionisio Ridruejo en cafeterías de las calles Goya e Ibiza, y evoca placenteros cortados, de mañana y en solitario, por los bares de Manuel Becerra25. Años más tarde, en 1975, Carmen Martín Gaite los frecuenta todavía, y baja al de la esquina de su casa –el bar Perú– para ver por televisión el entierro del dictador:

Se trabó una discusión entre el camarero y varios clientes, a través de la barra, sobre si había sido o no una chaladura el hecho de que miles de madrileños se hubieran pasado tres días y tres noches consecutivos haciendo cola para ver unos instantes el cadáver expuesto al público: “Es que una cosa como esa –dijo uno– si no se ve, no se cree”, y otras personas aportaron espontáneamente sus pareceres, tal vez porque sentían que en aquel entierro a todos les daban vela26.

21El elemento acústico está bien presente en muchas de estas descripciones. Sin referencia precisa, el testimonio de Esther Tusquets nos parece indicativo:

En la Barcelona de los 60 se hablaba mucho, pero Madrid era un hervidero casi mareante de palabras. Horas y horas sentados a las mesas de los cafés. Nadie tenía prisa, nadie comentaba que lo esperaban en una junta o que tenía que madrugar a la mañana siguiente. Se reunían antes del almuerzo, a la hora del café, a media tarde, la noche entera. Y eso no impedía que estuvieran llevando a cabo casi todos ellos una obra importante. Se hablaba más o menos de lo mismo que en Barcelona, solo que en política demostraban estar más en el centro de los acontecimientos, de los entresijos del poder, y se dedicaba muchísima atención a los toros27.

22Con todo el ruido levantado por tanta conversación y tertulia, tantas salidas, tantos encuentros, tanta confesión y confidencia, resulta intrigante que en las memorias examinadas no se encuentre apenas ninguna observación relativa a los estilos mismos del hablar de los madrileños.

23Puede constatarse, para terminar, una segunda ausencia igual de llamativa: la falta de metáforas geográficas, de comparaciones espaciales, de una toponimia imaginaria para la capital. La más destacable excepción a esta regla se encuentra, me parece, en las memorias de Francisco Nieva. Así, la perspectiva de interiores desde la ventana de la casa de su amigo de juventud, el postista Carlos Edmundo de Ory, en la calle Doctor Castelo, es comparada a una visión de Estambul. Nieva no ha olvidado tampoco sus paseos con de Ory por la avenida de la Reina Victoria, a principios de los años cuarenta, “buscando divisar las torres de Damasco”. Apunta por último también hacia el Este la proyección imaginaria más desarrollada, la única que cuaja en nombre propio, tras una defensa encendida de la población de extracción humilde, de las “clases raquíticas”:

Las gentes animosas y gastadas de los barrios populares, los pobres niños malos, los pobres niños pobres…, todo eso nos conmovía. Nos conmovían las costumbres del quiero y no puedo, la cursilería, la buena fe y los disparates de la ignorancia, la gracia de las cosas humildes, el divino ridículo de los desprotegidos y los desechados. En todo eso podíamos haber quedado nosotros. Lo teníamos demasiado cerca y hasta simpatizábamos morbosamente con ello. / Nos inventamos el ver en los barrios populares de Madrid una ciudad del este europeo, que bautizamos como Clorotova. Encontrábamos a Clorotova en las viejas fábricas desafectadas, de estilo muy decimonónico, con un ladrillamen visto, muy enfático y muy severo, el industrialismo del siglo pasado, con aire –para nosotros– de largo folletín obrerista. Nos identificábamos con los vecinos de la machacada Clorotova, que podían ser los aledaños del Rastro. Amanecía o anochecía melancólicamente en Clorotova, cuando teníamos una determinada vista o encuadre por delante. No nos engañábamos mucho políticamente, éramos incluso profetas28.

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Notes

1 «Si hemos de escribir una Historia de la cultura madrileña entre 1900 y 1936 que sea a la vez una “Historia de la cultura de los madrileños”, nuestra obligación es enfocarla no solamente desde arriba, ni tampoco exclusivamente desde abajo, sino desde la totalidad de la sociedad real y existente de aquellas décadas prebélicas”, Edward Baker, “Cómo se escribe una historia cultural: Madrid, 1900-1936”, Arte y Ciudad, 3, 2013, p. 19-30. Del mismo autor, Materiales para escribir Madrid, Madrid, Siglo XXI, 1991.

2 La Poétique de l’espace [1957], Paris, Puf, 2007, p. 1-21; p. 43. Véase Yi-Fu Tuan, Topophilia. A Study of Environmental Perception, Attitudes and Values [1975], New York, Columbia Univ. Press, 1990, donde se lee: “Topophilia is the affective bond between people and place or setting. Diffuse as a concept, vivid and concrete as a personal experience, topophilia is the recurrent theme of this book” (p. 4).

3 Michel Collot, « Pour une géographie littéraire », Fabula-LhT, 8, « Le partage des disciplines », 2011; URL: <http://www.fabula.org/lht/8/collot.html>; consultada el 2 de julio de 2014; del mismo autor, Pour une géographie littéraire, Paris, Corti, 2014. V. también Franco Moretti, Graphes, arbres, cartes. Modèles abstraits pour une autre histoire de la littérature [2005], trad. Étienne Dobensque, Paris, Prairies ordinaires, 2008. Más informaciones en el «carnet» <http://geographielitteraire.hypotheses.org/>

4 Juan Goytisolo, Coto vedado [1985], Barcelona, Seix-Barral, 1986, p. 185.

5 Rafael Sánchez Ferlosio, “La forja de un plumífero”, Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura, 31, 1997, p. 71-89 (p. 78). La primera casa familiar, el Prado y algunas de sus salas, el quiosco de música del Retiro, son los lugares de Madrid más distinguidos en “La forja…”.

6 La imaginación doméstica conjuga cielo y subsuelo en dos modalidades básicas, con intervalo de tercera o de cuarta: « La maison tierce, la plus simple à l’égard de l’essentielle hauteur, a une cave, un rez-de-chaussée et un grenier. La maison quarte met un étage entre le rez-de-chaussée et le grenier. Un étage de plus, un deuxième étage, et les rêves se brouillent » (La Poétique…, p. 41). La segunda dimensión de la casa onírica es la centralidad (p. 44-50).

7 Carmen Martín Gaite, El cuarto de atrás [1978], Barcelona, Destino, 1997, p. 67-69.

8 “Aparte de ir al teatro, al cine y a visitar a Lucía, hija de Amalia, también salíamos a tomar el aperitivo en algún local que habían abierto nuevo, a la consulta de algún médico, al Museo del Prado, de compras a los grandes almacenes, a recorrer el Jueves Santo las estaciones donde se exponía el Santísimo Sacramento entre un alarde de velas encendidas, a la Plaza Mayor a comprar musgo para el belén, cuando las Navidades o a devolver alguna de aquellas visitas familiares que, a su vez, devolvían la sensación de encierro” (ibíd., p. 75; vid. p. 71).

9 Aquel piso de Chicharro era cosa tremenda. Al entrar, ya se encontraba uno con un cuadro inmenso del padre, un cuadro de competición y de Exposición Nacional de Bellas Artes. Creo que representaba a Démeter saliendo de la tierra muy despechugada. Además, decoraban esa entrada dos armaduras de samurai, que parecían armadillos inmensos, con bigotes de gato, truculentos y malhumorados. Había un gran salón, algo destartalado, con piano, y otras muchas estancias, cocina profunda, con pastoso olor a alcantarilla. El olor madrileño de vieja cocina que nunca se me olvidará” (Francisco Nieva, Las cosas como fueron. Memorias, Madrid, Espasa Calpe, 2002, p. 63; véase también p. 446-447).

10 Juan Benet, Otoño en Madrid hacia 1950 [1987], Madrid, Alianza, 2003, p. 21-22 y 117-118.

11 Ibíd., p. 34.

12 Jorge Semprún, Autobiografía de Federico Sánchez [1977], Barcelona, Planeta, 1995, p. 58. Sobre la cartografía en Ciencias Humanas, véase ahora Véronique Maleval, Marion Picker y Florent Gabaude, Géographie poétique et cartographie littéraire, Limoges, PULIM, 2012, en especial p. 95-106.

13 Jorge Semprún, Autobiografía…, p. 58-59; las citas en el cuerpo del texto en p. 65 y 56. Véase el libro fotográfico de Gérard de Cortanze, Le Madrid de Jorge Semprún, Paris, Eds. du Chène, 1997, p. 90.

14 Ibíd., p. 40-41. Otros encuentros con Sánchez Montero se cifran en la memoria por lugares, “como las eras de la historia natural se hacen legibles en los estratos geológicos”. Véase ahora el trabajo de Serge Buj, « Les communistes espagnols : les années difficiles (1947-1956) », Cahiers de civilisation espagnole contemporaine [En ligne], 2 / 2015: http://ccec.revues.org/5433 (consultado el 5-6-2015).

15 Jaime Gil de Biedma apunta su desagrado por la disociación de la naturaleza que percibe en las ciudades latinas, sobrecargadas de pasado: El carácter cerradamente urbano de Barcelona y de todas las ciudades latinas, su aislamiento del campo, mejor dicho: su radical diversidad –esa sensación que a veces se tiene en Madrid, en Barcelona o en París, al caminar por una avenida, de que allí donde acaba la ciudad empieza el vacío, la nada– me produce malestar. Aun en sus zonas más urbanas, Manila es siempre un campamento, algo adventicio que deja perfectamente ver lo que rodea y que no parece brotar del suelo en que se apoya. Tiene la provisionalidad de las posadas: se está siempre allí de paso, lo justo para ser libre. Cada día es el primero y el último. Aquí, en cambio, resulta irremediable pensar en antes de ayer y en pasado mañana” (Jaime Gil de Biedma, Retrato del artista en 1956, Barcelona, Lumen, 1991, p. 123).

16 V. Santos Juliá, David Ringrose y Cristina Segura, Madrid. Historia de una capital, Madrid, 1997, p. 562-568 y sqq. Para la ambivalencia de las imágenes naturales, Yi-Fu Tuan, Topophilia, p. 247-248.

17 Juan Benet, Otoño en Madrid…, p. 81-82; Francisco Nieva, Las cosas como fueron, p. 56.

18 Ibíd., p. 158-159. La misma imagen veinte años más tarde, por Legazpi, cerca del Matadero: “desolado paisaje madrileño […] muy barojiano, con aquellos tendederos donde se colgaban las pieles de las vacas y los corderos, que despedían un olor fétido” (p. 336).

19 Jorge Semprún, Autobiografía…, p. 10-11, 41, 159, 227, 261. Un bosquejo de estos parajes hacia 1930 en Manuel Azaña, “Madrid” [1930], Obras completas, ed. Juan Marichal, Madrid, Giner, 1990, I, p. 814-815. Un chalet en Ciudad Lineal sugiere a Martín Gaite de paseo el germen de su novela Ritmo lento (El cuarto… p. 146). Nieva es escéptico sobre las posibilidades poéticas del nuevo Madrid: Propóngase usted escribir poemas escénicos de grandes dimensiones, hacer grandes montajes de ópera, escribir novelones de quinientas páginas y hágalo desde un pisito del barrio de la Concepción, honestamente casado, con hijos, un carné de partido y un comportamiento social irreprochable, a ver qué le sale. Yo tampoco reclamo un público todo él compuesto de personas decentes” (Las cosas como fueron, p. 362).

20 Agustín García Calvo, Registro de recuerdos (Contranovela), Madrid, Lucina, 2002, p. 109-110.

21 Esther Tusquets, Confesiones de una vieja dama indigna, Barcelona, Bruguera, 2009, p. 127. En plena fase de “liberación” amorosa, la novelista acaba aficionándose a las casas de citas barcelonesas, que describe como inverosímiles, y donde encuentra misales olvidados (p. 124-125 ; p. 152).

22 Juan Benet, Otoño en Madrid…, p. 130 y 134.

23 Juan Goytisolo, Coto vedado, p. 180-184 y 188-189.

24 Juan Benet, Otoño en Madrid…, p. 128-129. Las referencias en el cuerpo del texto en p. 118, 120-121, 125-127; el lector de café, p. 89-95.

25 “Es en otoño, ¿por qué no?, hace un tiempo tibio, suave como una seda. Estás alegre, por las mañanas, tomándote un café cortado en un bar de Manuel Becerra. Te crees libre. Te asalta, incluso, después de tantos años de clandestinidad, la sospecha de que eres inmortal. O insumergible, en todo caso. Te sonríes solo, sorbiendo lentamente el café cortado y no sabes que ya se ha puesto en marcha el mecanismo de tu caída” (Jorge Semprún, Autobiografía…, p. 55 ; véase también p. 10-11 y 261-262).

26 Carmen Martín Gaite, El cuarto de atrás, p. 116-117.

27 Esther Tusquets, Confesiones…., p. 78. Una observación similar en Carlos Castilla del Pino, Casa del Olivo. Autobiografía (1949-2003) [2004], Barcelona, Tusquets, 2005, p. 271.

28 Francisco Nieva, Las cosas como fueron, p. 127; las referencias en p. 54 y 229. Para el “Cúnigan” de Carmen Martín Gaite, v. El cuarto de atrás, p. 76.

Pour citer ce document

Miguel A. Olmos, « Topofilias: Madrid en la relación autobiográfica (1942-1978) » dans « Madrid, traces et tracés (1950-2000) », « Travaux et documents hispaniques », n° 6, 2015 Licence Creative Commons
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Quelques mots à propos de :  Miguel A. Olmos

Normandie Univ, UNIROUEN, ERIAC, 76000 Rouen, France
Miguel A. Olmos enseigne à l’université de Rouen. Il est membre du laboratoire ERIAC et membre associé du CREC (université de Paris III). A publié la monographie Poètes lecteurs (2013), le recueil d’articles Traces et projections de la Voix (2015) et une trentaine de travaux sur des questions de littérature et critique littéraire (Espagne, xixe et xxe siècles ; poétique, rhétorique, histoire de la lecture).