11 | 2020

Ce volume est composé de deux dossiers thématiques.

Le premier dossier recueille des contributions consacrées « À la recherche du dénouement : théâtre, poésie, roman, conte, cinéma ».

 Les articles présentés dans la seconde section reprennent quelques-unes des interventions présentées lors de la Journée d’étude « José Moreno Villa en su exilio mexicano, ochenta años después », qui s’est tenue au Mont-Saint-Aignan le 18 novembre 2019. À l’occasion du 80eanniversaire de l’exil de 1939 et dans le cadre de la Série internationale des rencontres « Ochenta años después », organisée par la UAB (Barcelone) sous la direction de Manuel Aznar Soler (Grupo de estudios del Exilio literario / GEXEL), cette Journée s’est centrée sur la présence et l’actualité de l’œuvre de Moreno Villa, notamment sa production en prose (écriture autobiographique, essai, œuvre journalistique, correspondance) dans son évolution au sein des réseaux intellectuels instaurés en Amérique par les républicains espagnols.  

À la recherche du dénouement : theâtre, poésie, roman, conte, cinéma

Los desenlaces del Quijote. Juego de espejos y concepción literaria

Augustin Redondo


Résumés

Dans ce travail, nous confrontons les deux dénouements du Quijote (1605 et 1615), le premier correspondant à une structure ouverte et le second à une structure fermée. L’étude s’appuie sur le système intertextuel visible dans le texte, en liaison avec les romans de chevaleries, le Quijote apocryphe d’Avellaneda et le contexte historique, ce qui permet de mettre en valeur le jeu de miroir utilisé et la conception littéraire cervantine.

Texte intégral

1Cuando sale el Quijote de 1605, nada indica, por ejemplo en la portada, que se trata de la primera parte de la obra y que ha de seguir una segunda, si bien el final del relato queda abierto.

2Al contrario, el Quijote de 1615 ya aparece, desde la portada, como la segunda parte y el héroe fallece cuando acaba la narración.

3El texto cervantino tiene pues dos desenlaces, relacionados con una serie de reminiscencias insertas en un sistema intertextual vinculado por una parte a los libros de caballerías, por otra al Quijote apócrifo de Avellaneda, publicado en 1614, y por fin al contexto histórico.

4En este trabajo, lo que deseamos examinar es pues este juego de espejos ilustrado por los dos desenlaces, en conexión con la concepción literaria que revelan.

*

5El Quijote es una parodia de los libros de caballerías, lo que implica que la obra es también, a su modo, uno de esos libros. Es lo que reconoce el narrador ya que dice de modo irónico al final del texto de 1605 que sólo pide a los lectores “que le den el mesmo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías” (I, 52, p. 647)1.

6Al ser un libro de caballerías, la obra de 1605 adopta la división en cuatro libros o partes que ostenta el Amadís de Gaula, “principio y origen” de los demás relatos caballerescos, como indica el texto cervantino (I, 6, p. 84)2. Por consiguiente, es de suponer que éste ha de remedar y parodiar el final de las narraciones caballerescas. Al acabarse esas narraciones no se evoca la muerte del héroe sino que se habla de aventuras venideras del protagonista o de su hermano, o de su hijo, o de uno o de varios caballeros de su entorno, etc. El desenlace de los libros de caballerías corresponde así a una estructura abierta que facilita diversas continuaciones, lo que ocurre en la serie de los Amadises3. Es el caso, en efecto, en todos los libros de caballerías que figuran en el escrutinio de la biblioteca de don Quijote (I, 6, p. 84-90) -dejando de lado el Tirante el Blanco del cual nos ocuparemos posteriormente-. Es lo que pasa, por tanto, en el Amadís de Gaula y en Las sergas de Esplandián de Garci Rodriguez de Montalvo, en el Olivante de Laura de Antonio de Torquemada, en el Felixmarte de Hircania de Melchor Ortega o en El caballero Platir4, etc.

7No obstante, si bien el final del Quijote de 1605 (I, 52) corresponde a la misma estructura de apertura, no deja de ser dentro de una perspectiva paródica, la que caracteriza a todo el libro. En efecto, el héroe recorre buena parte del camino que conduce a su aldea, después del abandono de la última venta, en una jaula puesta en un carro, al hacerle creer que va encantado, lo que no puede sino hacer pensar en la manera de tratar a los locos en los manicomios de la época, por ejemplo en el de Toledo. En efecto, se les encerraba en las llamadas gavias, o sea en jaulas, como ha de recordarlo el propio don Quijote: “me vi encerrado en una jaula como loco...” (I, 50, p. 626).

8Esta degradación del protagonista, situada en las antípodas de la exaltación de los héroes de los libros de caballerías, se recupera de otra forma en las últimas páginas del relato cervantino. Es que ha surgido el cabrero Eugenio quien, después de contar la historia de Leandra (I, 51), ha peleado con don Quijote y éste ha afrontado luego la aventura de los disciplinantes, recibiendo una buena paliza (I, 52). De resultas de todo ello, el caballero yace mal herido en el carro sobre un haz de heno, entrando así en su aldea, al término del viaje, es decir que se está muy lejos del retorno triunfante a su tierra de los héroes de los libros caballerescos. El ama y la sobrina, entre lamentaciones, desnudan al protagonista y le echan sobre la cama, esperando su mejoría, pero temiendo asimismo que, en cuanto mejore, no piense sino en emprender otra salida (I, 52, p. 646).

9La narración stricto sensu acaba de tal modo, dejando al lector sin saber lo que podría ocurrir después. Sin embargo, el narrador señala que el héroe salió efectivamente por tercera vez y participó en unas justas zaragozanas, aunque luego nos dice que no se ha podido encontrar noticia certera de las aventuras que tuvo en su tercera salida (I, 52, p. 646-647).

10No obstante, habla después de una caja de plomo que perteneció a un antiguo médico, en la cual se habían hallado “unos pergaminos escritos con letras góticas, pero en versos castellanos” (I, p. 647), relacionados con don Quijote, Dulcinea, Sancho, etc., recuerdo de lo que ocurre en muchos libros de caballerías. Esto hace pensar además en el contemporáneo descubrimiento, a partir de 1588, de los llamados “plomos del Sacromonte de Granada”, llamados también “libros plúmbeos del Sacromonte” o sea de los falsos libros de dicho Sacromonte (cuya finalidad secreta era impedir la expulsión de los moriscos), libros que provocaron un gran debate entre los verdaderos humanistas y los hombres de Iglesia5.

11Los versos castellanos aludidos son los que van a seguir en el texto, los de “Los académicos de la Argamasilla” (I, 52, p. 648 sq.).

12A primera vista, este final abierto parece anunciar una continuación de las aventuras del héroe durante su tercera salida, lo que se insinúa asimismo en lo indicado por el narrador: “se animará a sacar y buscar otras [historias], si no tan verdaderas, a lo menos de tanta invención y pasatiempo” (I, 52, p. 647). Por lo demás, esa tercera salida corresponde a la lógica interna del relato. En efecto, cuando estaba encerrado en la jaula, el caballero había oído las voces proféticas (I, 46, p. 588-589) que le habían pronosticado su casamiento futuro con Dulcinea del Toboso, la cual daría vida a sus hijos, transformando así al protagonista en fundador de linaje y hasta de estirpe real6. Así que el héroe tenía que salir otra vez para continuar su gesta.

13Sin embargo, este desenlace es al mismo tiempo paradójico. Efectivamente, se habla de la tercera salida de don Quijote (la de un hombre en vida y activo), aunque al mismo tiempo, se alude a su muerte.

14Ya, desde el principio del Quijote de 1605, se presenta la narración como la historia de un ser que vivía en la Mancha hacía no muchos años, pero que parece haber fallecido, quien había dejado recuerdos vivos de sus proezas tanto en la memoria colectiva como en los archivos manchegos y en los escritos de varios autores (I, 1). Por ello, al final del prólogo, decía el autor, después de su diálogo con el amigo: “Yo determino que el señor don Quijote quede sepultado en sus archivos de la Mancha” (p. 13).

15Está claro que en los archivos están los rastros auténticos del pasado y de los seres ya difuntos que vivieron en otros tiempos. El objeto de las crónicas es pues la restitución verídica de los hechos y de los dichos de los prohombres ya muertos, o sea la construcción de la historia de sus acciones. Es el caso, por lo que hace a don Quijote, inmortalizado por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo, quien ha escrito la Historia de don Quijote de la Mancha (I, 9, p. 118), la cual se halla inserta en los cartapacios encontrados en el alcaná de Toledo. Se trata de la relación de “toda la vida y milagros de nuestro famoso español don Quijote de la Mancha” (ibid., p. 116), lo que remeda una relación de santo. Este tipo de relación se escribía siempre después de la defunción del excelso varón glorificado. De este modo, el caballero manchego difunto se halla, en cierto modo, santificado.

16Es como si, a través de la crónica, el acto de escritura tuviera una relación privilegiada con la muerte, como lo ilustra el caso del caballero manchego7. De ahí todas esas evocaciones del fallecimiento del héroe al final de la primera parte, como si el relato fuera ya concluso, cerrado, sin posibilidad de continuación. Por ejemplo, el narrador dice que no ha encontrado escrituras auténticas acerca de las aventuras de la tercera salida, “ni de su fin y acabamiento [del héroe]” (I, 52, p. 646). Asimismo, en la caja de plomo, que hace pensar en aquellas en que se guardaban antiguamente los documentos importantes archivados, se encuentran esos pergaminos escritos en versos castellanos en que figuran muchas de las hazañas del protagonista y noticias sobre los personajes de su entorno, pero también particularidades acerca de “La sepultura del mesmo don Quijote, con diferentes epitafios y elogios de su vida y costumbres” (I, 52, p. 647). Es de notar que esta última expresión (“su vida y costumbres”) es la que se había utilizado en el capítulo 9, el de los cartapacios del alcaná de Toledo, como si en ambos casos, se tratara de escrituras y de un modo de decir vinculados a la muerte del protagonista. Es esta muerte la que aparece en los epitafios o sea en los versos de los “Académicos del Argamasilla” pues están relacionados “con la vida y muerte del valeroso don Quijote”, y lo mismo ocurre en el soneto del Monicongo, en que se dice del protagonista, “yace debajo desta losa fría” (I, 52, p. 649), o en las octavillas del Cachidiablo: “Aquí yace el caballero…” (ibid., p. 652).

17La historia del Quijote de 1605 tendría pues que acabar en realidad con la muerte del héroe. Sin embargo, el autor está jugando con las dos acepciones del término historia. En efecto, esta palabra remite por una parte a la crónica, o sea a un relato verídico que se cierra con la muerte del prohombre y, por otra, a la historia de ficción, regida por la multiplicación de aventuras y transformaciones del protagonista, dentro de un relato inconcluso, abierto, regido por “la invención y el pasatiempo”, términos empleados por el propio narrador (en este caso, máscara del autor), al final de la primera parte, cuando se despide en cierto modo del lector (ibid., p. 647).

18Según la opción adoptada por ese lector, se llega a uno de los dos desenlaces. Por ello, el autor puede de manera lúdica presentar dos veces la falsa muerte del protagonista en el capítulo final de la primera parte. Efectivamente, en la aventura de los disciplinantes, uno de los que llevaban las andas le da tal garrotazo a don Quijote que éste cae al suelo muy malparado (ibid., p. 642). Sancho cree entonces que su amo ha muerto y, entre gemidos, pronuncia un verdadero planto, exaltando la memoria del caballero. No obstante, éste se recupera y la comitiva, que se deshace poco a poco, se encamina hacia la aldea, habiendo acomodado el boyero al protagonista en su carro, tumbado sobre un haz de heno (p. 644). De esta manera, se alcanza el término del viaje, un domingo en que “la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro de don Quijote” (ibid.), así tendido el héroe, flaco y amarillo, con la mirada extraviada. Todo parece indicar que se asiste a la llegada de un hombre que está en los umbrales de la muerte – además los médicos decían que la locura desembocaba muchas veces en la muerte8 –, y que la gente se ha juntado para acompañarle hasta la casa mortuoria. Los gritos y lamentaciones del ama y de la sobrina vienen a reforzar tal impresión (p. 644).

19En realidad, tan penoso espectáculo no es sino un juego más por parte del autor: se trata de un falso desenlace, ya que poco después se evocará la tercera salida del héroe.

20El desenlace del Quijote de 1605 estriba pues en un juego, a partir de una intertextualidad basada en las crónicas y en los libros de caballerías. Ello conduce, en última instancia, a privilegiar la literatura de ficción, con toda su capacidad inventiva, o sea la apertura frente a la cerrazón, lo que supone una continuación del relato.

*

21En efecto, Cervantes estaba trabajando en dicha continuación cuando en 1614 sale la segunda parte apócrifa de las aventuras del héroe, o sea el Quijote de Avellaneda. Este autor se ha servido de las indicaciones proporcionadas a finales del relato cervantino de 1605 para inventar nuevas aventuras del caballero manchego, remedando, a su modo, lo que ocurría muchas veces con los libros de caballerías, ya que se añadían diversas partes por autores diferentes. Como la narración caballeresca quedaba abierta, existía una especie de incitación a aprovecharse de esa libertad, lo que ocurrió asimismo, en el género picaresco, con el Guzmán de Mateo Alemán, dado que en 1602 salió la segunda parte apócrifa de Mateo Luján de Sayavedra, antes de que viera la luz del día la segunda parte auténtica alemaniana, en 16049.

22A Cervantes, la publicación del texto de Avellaneda le sentó muy mal porque el autor apócrifo desvirtuaba su proyecto y le tomaba la delantera. Esto le obligó a modificar parte de lo que tenía planeado o escrito ya, empezando por la ida de don Quijote a Zaragoza, recuperada por Avellaneda, que el manco de Lepanto transforma ahora en salida para Barcelona. No se trata de indicar aquí las modificaciones que la publicación apócrifa ocasionó o probablemente causó en la segunda parte cervantina, modificaciones por lo demás estudiadas ya por diversos críticos10. Lo que deseamos es ver cómo el desenlace del Quijote de 1615 se construye con relación a un sistema intertextual vinculado a los libros de caballerías, al relato de 1605, al texto de Avellaneda y al contexto histórico, valiéndose de un juego de espejos en que se vislumbra la concepción literaria cervantina.

23No sabemos hoy por hoy si Cervantes tenía intención, en un principio, de dejar abierto el desenlace de la segunda parte para que pudiera existir una tercera, parodiando lo que pasa en los libros de caballerías. Lo que es cierto es que el final del Quijote de 1615 refleja la decisión cervantina de no permitir ninguna continuación posterior, por dejar muerto al caballero manchego, manera ésta además de diferenciarse de Avellaneda. Es que este último, al acabar su relato, abandonaba a don Quijote entre los locos de la Casa del Nuncio de Toledo, llamándole al héroe Martín Quijada e indicando luego que, según los archivos, el hidalgo manchego sanó, salió del manicomio toledano y regresó a su tierra11. Pero posteriormente se volvió loco otra vez y dio la vuelta a Castilla donde “le sucedieron estupendas y jamás oídas aventuras”12. Es decir que Avellaneda adopta un desenlace abierto, en la línea del Quijote cervantino de 1605, que es también la línea de los libros de caballerías, aquella de las historias de ficción. No obstante, hay un juego especular entre la locura del caballero cervantino que se encamina hacia su aldea encerrado en una jaula, como en las casas de orates, y luego tendido en un carro, antes de estar recluido en su casa bajo la guarda de su ama y de su sobrina y la locura del hidalgo avellanesco prisionero en una verdadera casa de locos, la de Toledo, bajo la vigilancia de enfermeros-guardianes.

24Por ello también, al principio del Quijote de 1615, Cervantes reanuda el relato de 1605 situando a don Quijote loco en su cama, lo que elimina ipso facto el relato de Avellaneda y la posibilidad de que el texto pueda ser una continuación de aquel del Apócrifo. Inserta además varios cuentecillos de locos en el prólogo y en el primer capítulo con situaciones que parecen aludir al relato de Avellaneda y embestir contra él13.

25De manera decidida, Cervantes escoge la opción de la crónica, desechando la otra, la de la literatura de ficción (aunque estamos en plena ficción) para que su héroe muera al final y se corte el vuelo a todo intento de continuación por parte del Apócrifo. Más allá, y de manera terminante, Cide Hamete, dirigiéndose a su pluma afirma, como si fuera ella la que hablara:

Para mí sola nació don Quijote y yo para él: él supo obrar y yo escribir, sólo los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió o se ha de atrever a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero… (II, 74, p. 1336).

26Ya no le queda ninguna puerta de salida a Avellaneda. El desenlace y el comentario subsiguiente constituyen una manera de saldar cuentas con el Apócrifo. Sin embargo, Cervantes se ha aprovechado de un juego de espejos para clausurar su relato de 1615 frente al de 1605. Los dos desenlaces corresponden a dos llegadas a la aldea del héroe loco, pero son de signo diferente. En el Quijote de 1605, como lo hemos indicado ya, don Quijote, que ha interiorizado el deslumbrante futuro pronosticado por las voces proféticas, no puede sino gozar de un impulso vital que ha de conducirle a nuevas aventuras en consonancia con la apertura final de la narración, que hemos analizado. En el Quijote de 1615, ocurre todo lo contrario. El protagonista ha sido vencido, humillado y se ha visto obligado a abandonar las armas durante un año, mientras Dulcinea, cuyo desencanto esperaba, no aparece. Sus sueños heroicos se han desplomado y una profunda melancolía se ha apoderado de él, melancolía que se va acentuando conforme pasa el tiempo y se acerca a su aldea.

27El intento de escape representado por el sueño pastoril no surte verdadero efecto. Don Quijote, fuera de su exaltación caballeresca y de su gesta, ya no es don Quijote. No le queda más que una solución: desaparecer. Para favorecer esa desaparición, el autor se vale de varios elementos, sin apartarse de la verosimilitud14.

28Bien se sabía en la época que los amores no satisfechos provocaban un estado de enajenación llamado “melancolía erótica”, cuyo punto de llegada era la muerte15. Es decir que el caballero manchego viene a ser doblemente loco al acabarse su trayectoria vital: a causa de los libros de caballerías y a causa de su insatisfacción amorosa (Dulcinea no aparece), lo que defrauda todas sus esperanzas en relación con la profecía de finales de la primera parte. De ahí que el narrador anuncie el término de la vida del héroe, refiriéndose sobre todo al vencimiento que ha sufrido: “Llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido o ya por la disposición del cielo…” (I, 74, p. 1328). Sin embargo, sus amigos son más perspicaces pues unen las dos causas indicadas: “Éstos, creyendo que la pesadumbre de verse vencido y de no ver cumplido su deseo en la libertad y desencanto de Dulcinea le tenía de aquella suerte, por todas las vías posibles procuraban alegrarle” (ibid., p. 1329), o sea intentaban alejarlo de la melancolía. Es lo que decían los médicos, por ejemplo Agustín Farfán, al evocar la manera de apartar a un ser de la melancolía: “Procuren conversación alegre con que se recreen [los melancólicos]. Ocupen otras veces el tiempo en cosas que los divierta de sus imaginaciones”16.

29A la misma intención corresponde, por parte de los amigos del caballero, el afirmar que Dulcinea está desencantada (lo dice Sansón Carrasco) y el empujarle a “que se animase y se levantase para comenzar su pastoral ejercicio” (p. 1329). Nótese que lo del “pastoral ejercicio” corresponde a lo que dicen los médicos: que los melancólicos “anden donde hay aguas, arboledas y prados frescos”17.

30El médico al cual se ha llamado establece un buen diagnóstico, como se señala en el texto: “Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan” (ibid.).

31Por otra parte, después de haber sufrido una calentura durante seis días, ya en el séptimo día se encuentra algo mejor el caballero y duerme entonces durante seis horas antes de despertarse sano en la séptima. Se trata de un verdadero proceso iniciático, con sufrimientos físicos, sueños iniciáticos y muerte iniciática. Efectivamente, la mayoría de los procesos de este tipo duran 6 o 7 días, siendo el séptimo día (o la séptima hora) decisivo para el cambio fundamental del ser quien muere simbólicamente para renacer y acceder a otra esfera de conocimiento18. En el texto cervantino, que encierra otros procesos iniciáticos19, el héroe se transforma esencialmente, recobrando el juicio y accediendo a otro mundo de conocimientos, el de la racionalidad y de la conciencia de los errores de una vida regida por los libros de caballerías: “Yo tengo juicio ya libre y claro sin las sombras calaginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías” (I, 74, p. 1330).

32Don Quijote, simbólicamente, ha muerto ya20. Éste es pues, en cierto modo, el verdadero desenlace. Efectivamente, recobrar el juicio es no ser don Quijote, lo que implica la desaparición del caballero. Cervantes echa mano de una creencia arraigada en la época, pero respaldada por la autoridad del discurso médico, pues se creía que antes de morir los locos recobraban el juicio, como lo indica el texto: “una de las señales por donde conjeturaron se moría fue el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo” (p. 1331). Es lo que corrobora, por ejemplo, el doctor Huarte de San Juan21.

33Es el propio protagonista el que tiene una conciencia nítida de la necesaria rapidez de su desaparición: “Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa” (ibid.). Esa necesidad se acompaña de la exigencia de exhibir su nuevo ser simbolizado por el nombre. De ahí la oposición asumida por el protagonista entre el apelativo de locura y el de cordura: don Quixote de la Mancha/Alonso Quixano el Bueno (p. 1333) con ese juego entre el nombre que llevaba cuando estaba sano (qui-xano / qui-sano) y el que ostentaba cuando estaba loco (qui-xote/qui-sote)22.

34De este modo, se resuelven asimismo las vacilaciones acerca del nombre del protagonista apuntadas en el primer capítulo de la primera parte (Quixada, Quesada, Quixana), optando ahora por Alonso Quixano, lo que anula al mismo tiempo el apelativo que le había atribuido Avellaneda (Martín Quixada).

35No obstante, en un primer tiempo, los amigos del caballero no saben si el protagonista ha recobrado verdaderamente el juicio o si se trata de una nueva forma de locura (p. 1331). Efectivamente, no sólo recupera su verdadero nombre sino que completa su apelativo con un determinante “el Bueno”, adquirido gracias al renombre que le dieron sus costumbres, lo que parece aludir a su recorrido de caballero andante y a la fama ganada. Es decir que es una especie de Jano, con características opuestas, lo que no deja de hacer pensar en esa definición dada por el Caballero del Verde Gabán con referencia a don Quijote “que era un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo” (II, 17, p. 838).

36Sin embargo, luego, sus amigos ya no dudan de que haya recobrado la salud mental porque efectivamente el caballero está declinando rápidamente.

37Pero antes de ir adelante, no hay que olvidar que en el contexto de la época, y en tierras que lindaban con Andalucía, lo de “bueno” no podía sino evocar el sobrenombre que llevaban los duques de Medina Sidonia, desde el fundador del linaje (Juan) Alonso Pérez de Guzmán23. Por otra parte, bien sabido era que el VII duque de Medina Sidonia, don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, estuvo al mando de la llamada Armada Invencible que tan desastrosamente acabó al luchar contra los ingleses, en 158824. Cervantes estuvo implicado en la aventura pues era recaudador de abastos para la expedición contra Inglaterra, lo que le valió varios sinsabores ¿Será ésta una manera indirecta de aludir al militar incapaz, que tampoco supo defender a Cádiz contra los ingleses en 1596 por parte de un Cervantes que fue valioso militar y que también tuvo que sufrir a causa de la preparación de la expedición de 1588? De ser así, el VII duque se hallaría mofado y rebajado valiéndose de la máscara de Alonso Quixano el Bueno25.

38Por otro lado, lo de confesarse, recibir los sacramentos y hacer testamento corresponde a lo acostumbrado en la época26. Sin embargo, no estará de más recordar lo que el cura había dicho acerca de Tirante el Blanco en el episodio del escrutinio de la primera parte: “… es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen” (I, 6, p. 91). Este libro viene pues a ser un modelo de verosimilitud literaria aunque Tirante no muere directamente en su propia cama sino en el camino, de regreso a Constantinopla, a poco de haber llegado a Andrinópolis. El texto subraya que le tomó repentinamente un gran mal de costado, indicando: “fue echado en la cama, vinieron los físicos […] y no pudieron dar remedio a su dolor. Entonces, Tirante se tuvo por muerto y mandó que llamasen a su confesor”27. Después de confesar, pide que llamen a su secretario y ordena su testamento, en presencia de los que allí estaban.

39Este esquema es el que sigue Cervantes, aunque las causas de la muerte de los dos caballeros sean diferentes. Por otro lado, Tirante pronuncia una larga oración, cuando la confesión, transcrita en el libro, mientras que su testamento, también inserto en el texto, es bastante corto28. El carácter repentino de la muerte es el mismo en los dos casos. No obstante, el episodio de la confesión es muy rápido en el Quijote, y al contrario, el testamento es muy extenso. Resulta evidente que Cervantes está siguiendo más o menos y parodiando el texto del Tirante, modelo de relato que sigue las normas de la verosimilitud, como señalado anteriormente. Además, el Tirante está en el trasfondo de la muerte del protagonista a pesar de lo que dice el escribano que certifica su fallecimiento: “que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote” (p. 1334-1335).

40Por lo demás, la cláusula restrictiva del testamento, con relación a la sobrina – que se case con alguien que no sepa nada de los libros de caballerías, so pena de quedar desheredada (p. 1334) – aparece como extravagante, como la manifestación de otra forma de enajenamiento, de modo que el lector se pregunta si el protagonista ha recobrado todo su juicio29. Sin embargo, bien sabemos de testamentos cuyas cláusulas eran insólitas30.

41Esto no quita que no hay verdadero patetismo en la muerte física de Alonso Quijano, a pesar de las lágrimas vertidas. Hay como una ligereza; algo natural está ocurriendo pues el héroe como tal ha muerto simbólicamente antes. Ahora quien está falleciendo es otro ser, el que corresponde a la esencia anterior de don Quijote y este nuevo ser ya no le interesa verdaderamente al lector. De ahí la rapidez de la muerte y la media sonrisa con la cual el narrador la presenta: “el cual dio su espíritu, quiero decir que se murió” (p. 1335).

42Al fin y al cabo, nada conduce a ver el desenlace bajo una perspectiva burlesca, a pesar del epitafio jocoso de Sansón Carrasco (p. 1335-1336), en consonancia con su genio socarrón31, si bien los elementos lúdicos no faltan en el último capítulo. En este desenlace, que adopta la forma de un final de crónica, podemos ver una manera, para Cervantes, de saldar cuentas a varios niveles, especialmente con Avellaneda, sin dejar de respetar la lógica interna de la narración, lo que conduce forzosamente a la desaparición de don Quijote, pero asimismo de Alonso Quixano, a partir del cual el caballero se ha elaborado. Este final es, al mismo tiempo, un modo de exaltar la originalidad y la novedad de la empresa narrativa que sólo para la pluma de Cide Hamete (alias Cervantes, en este caso) estaba guardada, como se afirma en el texto.

*

43Dos desenlaces pues con ecos diversos, dentro de un sistema intertextual amplio, con parecidos y diferencias fundamentales entre el libro de 1605 y el de 1615. Si bien, al terminar la primera parte, el autor juega con los dos desenlaces posibles según se opta por la historia de ficción o por la crónica, a pesar de todo se impone la narración abierta, inconclusa, lo que implican las dos falsas muertes, sugiriéndose una continuación del relato. Al final de la segunda parte, al contrario, el autor escoge decididamente un desenlace cerrado, un desenlace de crónica, con dos muertes, la una simbólica, la de don Quijote, la otra física, luego, la que le corresponde a Alonso Quixano. Así, con la cerrazón de la historia, se imposibilitan nuevas aventuras del caballero, triunfando la concepción literaria de Cervantes, en contra de la del Apócrifo.

Bibliographie

Alonso Dámaso, “Tirant lo Blanc, novela moderna”, Revista valenciana de filología, no 1, 1951, p. 179-215.

Álvarez de Toledo Luisa Isabel, Alonso Pérez de Guzmán, General de la Invencible, 2 vols., Cádiz, Publicaciones de la Universidad de Cádiz-Junta de Andalucía, 1995.

Alvarez Roblin David, De l’imposture à la création. Le “Guzmán” et le “Quichotte” apocryphes, Madrid, Casa de Velázquez, 2014.

Álvarez Vigaray Rafael, El derecho civil en las obras de Cervantes, Granada, Editorial Comares, 1987.

Avalle-Arce Juan Bautista, Don Quijote como forma de vida, Valencia, Fundación Juan March-Editorial Castalia, 1976.

Barrantes Maldonado Pedro, Ilustraciones de la Casa de Niebla [c. 1540], ed. F. Devis Márquez, Cádiz, Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1998.

Blasco Pascual Javier, “Un retrato de Miguel de Cervantes en el Quijote de Avellaneda y la respuesta cervantina. Los cuentos ‘de loco y de perro’ en el prólogo del Quijote de 1615”, en Javier San José Lera (ed.), Praestans Labore Victor. Homenaje al Profesor Víctor García de la Concha, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2005, p. 95-118.

Caro Baroja Julio, Las falsificaciones de la Historia, Barcelona, Seix Barral, 1992.

Castillo Del Pino Carlos, “La muerte de don Quijote”, Anthropos, no 100, 1989, p. 60-63.

Cervantes Miguel de, Don Quijote de la Mancha, ed. Francisco Rico, 2 vols., Madrid, Real Academia Española, 2015.

David-Peyre Yvonne, “Deux exemples du mal d’amour dit ‘héroïque’ chez Cervantès”, Bulletin de l’Association Guillaume Budé, no 41, 1982, p. 383-404.

Delpech François, “El hallazgo del escrito oculto en la literatura española del Siglo de Oro”, Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, no 53, 1998, p. 5-38.

Duvivier Roger, “La mort de Don Quichotte et l’Histoire de la folie”, Marche romane, no 20, 1970, p. 69-84.

Eisenberg Daniel & Marín Pina María Carmen, Bibliografía de los libros de caballerías castellanos, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2000.

Eliade Mircea, Initiations, rites, sociétés secrètes, Paris, Gallimard, 1976.

Farfán Agustín, Tratado breve de medicina, México, Pedro Ocharte, 1592, ed. facsímil, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1944.

Fernández De Avellaneda Alonso, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed., estudio y notas de Luis Gómez Canseco, Madrid, Real Academia Española-Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, 2014.

Fernández Duro Cesáreo, La Armada Invencible, 2 vols., Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1884-1885.

Foucault Michel, Folie et déraison. Histoire de la folie à l’âge classique, Paris, Plon, 1961.

Frenk Margit, “Don Quijote, ¿muere cuerdo?”, en Margit Frenk, Cuatro ensayos sobre el ‘Quijote’, México, Fondo de Cultura Económica, 2013, p. 49-58.

Gendreau-Massaloux Michèle, “Los locos de amor en el Quijote. Psicopatología y creación cervantina”, en Manuel Criado de Val (ed.), Cervantes, su obra y su mundo, Madrid, EDI-6, 1981, p. 687-691.

Gómez-Centurión Carlos, La Invencible y la empresa de Inglaterra, Madrid, Nerea, 1988.

Guillaume-Alonso Araceli, “Construir la memoria y exaltar el linaje. El paratexto al servicio de los Guzmanes”, en María Soledad Arredondo, Pierre Civil & Michel Moner (eds.), Paratextos en la literatura española. Siglos xv-xviii, Madrid, Casa de Velázquez, 2009, p. 293-303.

Hagerty Miguel J., Los libros plúmbeos del Sacromonte, 2a ed., Granada, Comares, 1998.

Huarte De San Juan Juan, Examen de ingenios para las ciencias, ed. Guillermo Serés, Madrid, Cátedra, 1989.

Iffland James, “‘El espantajo y el coco del mundo’: la risible muerte de don Quijote”, en El “Quijote” de 1615. Dobleces, paradojas, desbordamientos e imposibles, eHumanista-Cervantes, 2016, p. 132-144.

Iriarte Mauricio de, El doctor Huarte de San Juan y su “Examen de ingenios”, Madrid, CSIC, 1948.

Johnson Carroll B., “Alonso Quijano el Bueno”, Voz y Letra, no 16-1 y 2, 2005, p. 69-80.

Layna Ranz Francisco, “‘Todo es morir y acabóse la obra’. Las muertes de don Quijote”, Cervantes, no 30-2, 2010, p. 57-82.

Martin Colin & Parker Geoffrey, La Gran Armada, Barcelona, Planeta, 2011.

Martín Jiménez Alfonso, El Quijote de Cervantes y el Quijote de Avellaneda, una imitación recíproca, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2001.

Martín Morán José Manuel, “Cervantes y Avellaneda. Apuntes para una relectura del Quijote”, Actas Irvine-92. Asociación Internacional de Hispanistas, Irvine, University of California Press, 1994, vol. 5, p. 137-147.

Mártir Alario María José, Los testamentos en los formularios castellanos del siglo xvi, Universidad de Granada, 2011.

Martorell Joanot, Tirant el Blanco, trad. castellana del siglo xvi, ed., introducción y notas de Martín de Riquer, Barcelona, Planeta, 1990.

Mattingly Garret, La armada Invencible, Barcelona, Grijalbo, 1961.

Medina Pedro de, Crónica de los muy excelentísimos duques de Medina Sidonia, CODOIN, vol. 39, Madrid, Imprenta de la Viuda de Calero, 1861, p. 17-595.

Mercado Pedro de, Diálogos de philosophía natural y moral, Granada, Hugo de Mena y René Rabut, 1558, BNE: R/1025.

Molho Maurice, “Para una lectura psicológica de los cuentecillos de locos del segundo Quijote”, Cervantes, no 11, 1991, p. 87-98.

Moner Michel, “La descente aux enfers de Don Quichotte: fausses chroniques et textes apocryphes avec quelques énigmes à la clé”, en Francis Cerdan (ed.), Hommage à Robert Jammes, 3 vols., Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 1994, III, p. 849-863.

Redondo Augustin, Otra manera de leer el Quijote, 2a ed., Madrid, Castalia, 1998.

Redondo Augustin, En busca del Quijote”, desde otra orilla, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2011.

Riley Edward C., Teoría de la novela en Cervantes, Madrid, Taurus, 1966.

Riquer Martín de, Aproximació al Tirant lo Blanc, Barcelona, Edicions Quaderns Crema, 1990.

Romero Carlos, “Animales inmundos y soeces (Quijote, II, 58-59 y 68)”, Rassegna iberistica, no 63, 1998, p. 3-24.

Romero Carlos, “Cervantes/Avellaneda/Cervantes (Quijote, II, 30-32)”, en Alicia Parodi, Julia D’Onofrio & Juan Diego Vila (eds.), El Quijote en Buenos Aires. Lecturas cervantinas en el cuarto centenario, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 2006, p. 103-136.

Salas Almela Luis, Medina Sidonia. El poder de la aristocracia, 1580-1670, Madrid, Marcial Pons, 2008.

Notes

1 Utilizamos la edición siguiente: Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. Francisco Rico, 2 vols. (el primero encierra el texto de las dos partes y el segundo es un volumen complementario), Madrid, Real Academia Española, 2015. A partir de ahora indicaremos solo el número de página.

2 Recuérdese que, en el episodio del escrutinio, al Amadís de Gaula se le designa por Los cuatro [libros] de Amadís de Gaula (I, 6, p. 84), como se solía decir en la época. En el caso que nos interesa, hay efectivamente cuatro partes en el Quijote de 1605.

3 Sobre el particular, ver Daniel Eisenberg & María Carmen Marín Pina, Bibliografía de los libros de caballerías castellanos, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2000, p. 129 sq.

4 Casi todos estos libros (y los que no hemos mencionado) figuran en la Biblioteca Nacional de España. La mayor parte han dado lugar a una reproducción en línea, en la “Biblioteca Digital Hispánica” de la BNE, lo que facilita su consulta para comprobar lo que indicamos.

5 Sobre el asunto de los “plomos del Sacromonte” se ha escrito ya bastante. Para ahorrar bibliografía, ver por ejemplo, Miguel J. Hagerty, Los libros plúmbeos del Sacromonte, 2a ed., Granada, Comares, 1998; Julio Caro Baroja, Las falsificaciones de la Historia, Barcelona, Seix Barral, 1992, p. 115-143; etc. Acerca del descubrimiento del texto oculto, ver, de manera general, François Delpech, “El hallazgo del escrito oculto en la literatura española del Siglo de Oro”, Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, no 53, 1998, p. 5-38. Con relación al Quijote más directamente, ver por ejemplo, Michel Moner, “La descente aux enfers de Don Quichotte: fausses chroniques et textes apocryphes avec quelques énigmes à la clé”, en Francis Cerdan (ed.), Hommage à Robert Jammes, 3 vols., Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 1994, III, p. 849-863.

6 Ver Augustin Redondo, En busca del “Quijote” desde otra orilla, Alcalá, Centro de Estudios Cervantinos, 2011, p. 75-79.

7 Aunque va por otro camino, ver también lo que indica Francisco Layna Ranz, “‘Todo es morir y acabóse la obra’. Las muertes de don Quijote”, Cervantes, no 30-2, 2010, p. 57-82.

8 Al evocar el destino trágico de muchos melancólicos que se encaminan hacia la muerte (a veces por suicidio), el médico Juanicio indica en los Diálogos de philosophía natural y moral del doctor Pedro de Mercado (Granada, Hugo de Mena y René Rabut, 1558, BNE: R/1025): “ Otros [melancólicos] se metieron por puñales y espadas. Porque aunque entiendan que es malo matarse: pretenden que es menor mal que el que padecen, y que con éste se libran de otro mayor” (fol. 190va). Su interlocutor, Damián, dice entonces: “A éssa llamadle locura y no la llaméis melancolía. Porque éstos son manifiestos desvaríos” (ibid.). Juanicio le contesta: “La misma melancolía ¿qué es sino locura? Y los melanchólicos de locos: en sola la pronunciación se diferencian. Porque lo que pronuncian los locos, ymaginan ellos” (ibid.). No estará de más recordar lo que afirmaba Foucault: “La locura ya lleva la muerte en sí” (Michel Foucault, Folie et déraison. Histoire de la folie à l’âge classique, Paris, Plon, 1961, p. 19). Para una lectura de la muerte de don Quijote confrontada con lo escrito por este último filósofo francés, ver Roger Duvivier, “La mort de Don Quichotte et l’Histoire de la folie”, Marche romane, no 20, 1970, p. 69-84.

9 Para el Quijote de Avellaneda, hemos utilizado la edición siguiente: Alonso Fernández de Avellaneda, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed., estudio y notas de Luis Gómez Canseco, Madrid, Real Academia Española-Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, 2014. Acerca de lo que implican los textos apócrifos de Luján y de Avellaneda, su aporte a la ficción y su influencia en los textos respectivos de Alemán y de Cervantes, ver el libro de David Alvarez Roblin, De l’imposture à la création. Le “Guzmán” et le “Quichotte” apocryphes, Madrid, Casa de Velázquez, 2014.

10 Ver, por ejemplo, Maurice Molho, “Para una lectura psicológica de los cuentecillos de locos del segundo Quijote”, Cervantes, no 11, 1991, p. 87-98; José Manuel Martín Morán, “Cervantes y Avellaneda. Apuntes para una relectura del Quijote”, Actas Irvine-92. Asociación Internacional de Hispanistas, Irvine, University of California Press, 1994, vol. 5, p. 137-147; Carlos Romero, “Animales inmundos y soeces (Quijote, II, 58-59 y 68)”, Rassegna iberistica, no 63, 1998, p. 3-24; Id., “Cervantes/Avellaneda/Cervantes (Quijote, II, 30-33)”, en Alicia Parodi, Julia D’Onofrio y Juan Diego Vila eds., El “Quijote” en Buenos Aires. Lecturas cervantinas en el cuarto centenario, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 2006, p. 103-136; Alfonso Martín Jiménez, El “Quijote” de Cervantes y el “Quijote” de Avellaneda, una imitación recíproca, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2001; etc.

11 Ver Alonso Fernández de Avellaneda, El ingenioso hidalgo, 7a parte, cap. 36, p. 393.

12 Ibid., p. 394.

13 Sobre el particular, ver, por ejemplo, Maurice Molho, “Para una lectura psicológica”; Javier Blasco Pascual, “Un retrato de Miguel de Cervantes en el Quijote de Avellaneda y la respuesta cervantina. Los cuentos ‘de loco y de perro’ en el prólogo del Quijote de 1615”, en Javier San José Lera ed., Praestans Labore Victor. Homenaje al Profesor Víctor García de la Concha, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2005, p. 95-118.

14 Sobre este tema (con las consideraciones del canónigo sobre los libros de caballerías en I, 47-48, sirviendo de trasfondo), ver, para ahorrar bibliografía, el libro clásico de Edward C. Riley, Teoría de la novela en Cervantes, Madrid, Taurus, 1966.

15 Acerca de la melancolía erótica, ilustrada en el Quijote por los casos de Grisóstomo y Cardenio en particular, ver, por ejemplo, Yvonne David-Peyre, “Deux exemples du mal d’amour dit ‘héroïque’ chez Cervantès”, Bulletin de l’Association Guillaume Budé, no 41, 1982, p. 383-404; Michèle Gendreau-Massaloux, “Los locos de amor en el Quijote. Psicopatología y creación cervantina”, en Manuel Criado de Val (ed.), Cervantes, su obra y su mundo, Madrid, EDI-6, 1981, p. 687-691.

16 Ver Agustín Farfán, Tratado breve de medicina, México, Pedro Ocharte, 1592, ed. fácsimil: Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1944, fol. 108ro.

17 Ibid. Lo mismo dice Pedro de Mercado, Diálogos, fol. 198ro: “[Para mejorar, usen los melancólicos] buenos ayres y recreaciones honestas: buscando riberas de ríos, huertas, música y lo demás, que suele ser apacible a los ánimos”.

18 Acerca de los procesos iniciáticos, ver fundamentalmente, Mircea Eliade, Initiations, rites, sociétés secrètes, Paris, Gallimard, 1976.

19 Ver Augustin Redondo, Otra manera de leer el “Quijote”, 2a ed., Madrid, Castalia, 1998, p. 403-420 (“La cueva de Montesinos, II, 22-23”).

20 Nótese que, con otro tipo de planteamiento y con un análisis diferente del nuestro, Carlos Castillo del Pino llega a una conclusión parecida en “La muerte de don Quijote”, Anthropos, no 100, 1989, p. 60-63.

21 Ver lo que dice el doctor Juan Huarte de San Juan en su célebre Examen de ingenios, cuya primera edición es de 1575, acerca del loco de Corte Luis López (se trata de una adición posterior): “En confirmación de lo cual no puedo dejar de referir aquí lo que pasó en Córdoba el año de 1570 (estando la Corte en esta ciudad) en la muerte de un loco cortesano, que se llamaba Luis López. Éste, en sanidad, tenía perdidas las obras del entendimiento, y en lo que tocaba a la imaginativa decía gracias y donaires de mucho contento. A éste le dio una calentura maligna de tabardete, en medio de la cual vino de repente a tanto juicio y discreción que espantó toda la Corte; por la cual razón le administraron los sacramentos, y testó con toda la cordura del mundo; y así murió, invocando la misericordia de Dios y pidiéndole perdón de sus pecados” (citamos por la ed. de Guillermo Serés, Madrid, Cátedra, 1989, p. 305). Este texto, con algún error, lo habían utilizado ya Mauricio de Iriarte (El doctor Huarte de San Juan y su “Examen de ingenios”, Madrid, CSIC, 1948, p. 319) y Juan Bautista Avalle-Arce, siguiendo a Iriarte (Don Quijote como forma de vida, Valencia, Fundación Juan March-Editorial Castalia, 1976, p. 125-126).

22 Sobre el particular, ver Augustin Redondo, Otra manera, p. 219-220.

23 Acerca de los duques de Medina Sidonia y del fundador de la estirpe, ver, por ejemplo, Pedro Barrantes Maldonado, Ilustraciones de la Casa de Niebla [1540], ed. F. Devis Márquez, Cádiz, Publicaciones de la Universidad, 1998; Pedro de Medina, Crónica de los muy excelentísimos duques de Medina Sidonia, CODOIN, vol. 39, Madrid, Imprenta de la Viuda de Calero, 1861, p. 17-595; Araceli Guillaume-Alonso, “Construir la memoria y exaltar el linaje. El paratexto al servicio de los Guzmanes”, en María Soledad Arredondo, Pierre Civil y Michel Moner (eds.), Paratextos en la literatura española. Siglos xv-xviii, Madrid, Casa de Velázquez, 2009, p. 293-303; Luis Salas Almela, Medina Sidonia. El poder de la aristocracia, 1580-1670, Madrid, Marcial Pons, 2008.

24 La documentación sobre la Armada Invencible es abundante. Ver, por ejemplo, Cesáreo Fernández Duro, La Armada Invencible, 2 vols., Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1884-1885; Garret Mattingly, La Armada Invencible, Barcelona, Grijalbo, 1961; Carlos Gómez-Centurión, La Invencible y la empresa de Inglaterra, Madrid, Nerea, 1988; Colin Martin y Geoffrey Parker, La Gran Armada, Barcelona, Planeta, 2011; etc. Para una rehabilitación sistemática del duque de Medina Sidonia, el de la Invencible Armada, por una de sus descendientes, ver Luisa Isabel Álvarez de Toledo, Alonso Pérez de Guzmán, General de la Invencible, 2 vols., Cádiz, Publicaciones de la Universidad de Cádiz-Junta de Andalucía, 1995.

25 Sobre el particular, ver también Carroll B. Johnson, “Alonso Quijano el Bueno”, Voz y Letra, no 16-1 y 2, 2005, p. 69-80.

26 Acerca de la estructura de los documentos legales, en particular de los testamentos, ver Rafael Álvarez Vigaray, El derecho civil en las obras de Cervantes, Granada, Editorial Comares, 1987, p. 168-171. De manera general, ver la tesis de María José Mártir Alario, Los testamentos en los formularios castellanos del siglo xvi, Universidad de Granada, 2011, especialmente p. 211sq.

27 Hemos utilizado la ed. siguiente: Joanot Martorell, Tirante el Blanco, trad. castellana del siglo xvi, ed., introducción y notas de Martín de Riquer, Barcelona, Planeta, 1990. Ver p. 1064. Sobre el Tirant lo Blanc, ver por ejemplo Dámaso Alonso, “Tirant lo Blanc, novela moderna”, Revista valenciana de filología, no 1, 1951, p. 179-215; Martín de Riquer, Aproximació al “Tirant lo Blanc”, Barcelona, Edicions Quaderns Crema, 1990; etc.

28 Joanot Martorell, Tirant el Blanco, p. 1065-1067.

29 Ver, por ejemplo, Margit Frenk, “Don Quijote, ¿muere cuerdo?”, en Cuatro ensayos sobre el “Quijote”, México, Fondo de Cultura Económica, 2013, p. 49-58.

30 María José Mártir Alario, Los testamentos, p. 288-295.

31 Para un análisis burlesco de la muerte del protagonista, ver James Iffland, “El ‘espantajo y el coco del mundo’: la risible muerte de don Quijote”, El “Quijote” de 1615. Dobleces, paradojas, desbordamientos e imposibles, eHumanista-Cervantes, 2016, p. 132-144.

Pour citer ce document

Augustin Redondo, « Los desenlaces del Quijote. Juego de espejos y concepción literaria » dans «  », « Travaux et documents hispaniques », 2020 Licence Creative Commons
Ce(tte) œuvre est mise à disposition selon les termes de la Licence Creative Commons Attribution - Pas d’Utilisation Commerciale - Partage dans les Mêmes Conditions 4.0 International. Polygraphiques - Collection numérique de l'ERIAC EA 4705

URL : http://publis-shs.univ-rouen.fr/eriac/index.php?id=711.

Quelques mots à propos de :  Augustin Redondo

Université de la Sorbonne Nouvelle-CRES/LECEMO
Augustin Redondo est professeur émérite du Siècle d’Or à l’Université de la Sorbonne Nouvelle. Il a été président de la Société des Hispanistes Français et de l’Association Internationale d’Hispanistes. Il est académicien correspondant de la RAE et de l’Académie de Science de Lisbonne. Il a reçu le Prix International Antonio de Nebrija et la Presea Cervantina. Il a publié de nombreux articles et livres, comme Otro manera de leer el Quijote (1997), Revisitando las culturas del Siglo de Oro (2007), En busca del Quijote” desde otra orilla (2011), dans une optique interdisciplinaire qui associe l’histoire, l’anthropologie et la littérature.