8 | 2017
Juan Ramón Jiménez: tiempo de creación (1913-1917)

Ce volume recueille les communications présentées lors du colloque « Juan Ramón Jiménez: Tiempo de creación (1913-1917) » organisé par Annick Allaigre et Daniel Lecler (Laboratoire d’Études Romanes EA 4385) les 19 et 20 mars 2015 au Colegio de España de la Cité Internationale Universitaire de Paris et à l’Université Paris 8 Vincennes – Saint-Denis. Coordonné par Daniel Lecler et Belén Hernández Marzal, l’ouvrage s’intéresse à une période de création particulièrement intense durant laquelle Juan Ramón a en partie forgé sa poétique. La réflexion s’articule en trois moments. Le premier est consacré à une figure décisive dans la vie du poète : celle de Zenobia Camprubí de Aymar, le second au poète comme traducteur, le troisième, enfin, à l’une de ses œuvres majeures, Platero y yo.

Couverture de

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« Pose de rareza » y « Hermana Risa ». Zenobia y la superación de la melancolía en la obra de Juan Ramón Jiménez

Soledad González Ródenas


Texte intégral

1Cuando a partir de los años cuarenta Juan Ramón Jiménez se propone escribir su autobiografía, arranca una y otra vez sin lograr redactar más que breves esbozos que describen e intentan analizar su primera juventud. Todos ellos tienen un denominador común: se recuerda a sí mismo como un niño sonriente, despreocupado y caprichoso, que pronto ensombreció su carácter y derivó en un enfermo cardíaco al que una afección puramente física produjo desmayos, vértigos y una depresión nerviosa que lo convirtió en paciente asiduo de todo tipo de médicos. « Se ha fantaseado mucho con mi enfermedad »1, dirá entonces, para justificar a continuación los vaivenes de su mala salud – supuestamente mental – con simples electrocardiogramas. Llama la atención que evite usar la palabra « neurastenia », que era la que empleaba a menudo en su juventud para referirse a sus dolencias, tanto él como sus allegados. Sin embargo, en su madurez, la borra literalmente de su vocabulario.

2Juan Ramón Jiménez toma así conciencia de su identidad primigenia de poeta, ligado casi de forma innata al sentimiento de tristeza y melancolía, al mismo tiempo que desarrolla una conciencia de enfermo que lo acompañará el resto de su vida. « De muchacho – dirá – yo fui un poeta llorón […] era tan natural en mí llorar como en la fuente […] Tal vez diría la ciencia que el éstasis bello tenía en mí que desahogarse, por saturación, en lágrima[s] »2. Desde la óptica de su madurez, el propio Juan Ramón especula con las razones que lo condujeron a tanta desazón, sin encontrar una justificación plenamente válida. « Era tan natural en mí mi tristeza lloradora que ni siquiera me preguntaba en mi adolescente juventud su causa. Me parecía tan natural como absurda la estrañeza de los otros que se preguntaban, me preguntaban por qué y querían esplicárselo y esplicármelo superficialmente »3. Muchas veces se han relacionado las crisis nerviosas que llevaron al joven Juan Ramón al sanatorio mental de Castel d’Andorte « en Burdeos » y más tarde al del Rosario « en Madrid » con la muerte de su padre y el desequilibrio emocional y la fuerte hipocondría que de ella se derivó. Sin embargo, con el paso de los años él mismo restará importancia a este asunto, aunque fuera, desde luego, un episodio crucial en su vida que le hizo experimentar en carne propia y con gran intensidad un dolor que hasta entonces sólo concebía como un sentimiento indefinido, más propio de la literatura que de la vida (« Yo había sido siempre alegría, tristeza, entusiasmo abstractos, pero sin sentirlos en mi forma humana »)4.

*

3Con la perspectiva de los años Juan Ramón desvinculará la reacción depresiva a la puntual muerte de su padre de la angustiosa congoja que embargó su juventud. Intentará buscar una causa más sólida y profunda como posible justificación de lo que llamó su « pena blanca », « pena de todo y de nada », que lo llevó a pensar en varias ocasiones incluso en el suicidio5 y lo condujo a ese continuo « llorar por nadie » que invade toda su poesía de primera época.

Muchas veces – dirá – he querido buscar la razón de este cambio. ¿La muerte brusca de mi padre en la madrugada; el colejio de los jesuitas con su paño morado constante de muerte; el despertar sexual con la idea de lo imposible? Sí, eso es; sólo alcanzo a ver que en el fondo de toda esta lucha de espejos y ondas, como en el de todos los caminos de mi vida, yerra siempre, desde mi adolescencia, el espejismo de la mujer ideal, esbelta, con aura oscura o dorada, dorada preferentemente natural. […]
Me decido a creer que mi risa alegre de niño chico era la ausencia orijinal de mujer niña posible e imposible. Porque desde muchacho, que yo recuerde, donde no estaba « ya » la luz y la sombra de la mujer, el amor misterioso de la mujer, faltaba todo para mí; el mundo estaba vacío y poco a propósito para reírme, como no fuera de mí o de él6.

4Ve el poeta, por tanto, una vinculación directa entre su insatisfacción vital, su deriva personal, su enfermedad y el tono de sus versos, con una pulsión sexual que lo abocaba a la necesidad de complementar su existencia con una plenitud que sólo una mujer espiritualizada y sensual a un tiempo – que se le antojaba un espejismo – podría proporcionarle.

5Juan Ramón Jiménez se configura así como un doliente enamorado de un ideal imposible, que inevitablemente recuerda y encarna los tópicos más socorridos del romanticismo becqueriano que inspiró sus primeras composiciones. Y del mismo modo, se vincula con un modernismo lánguido y tristón, que no sólo evoca los melancólicos compases del simbolismo decadente de escuela francesa, sino que conecta con la indolencia y el « quejío » del carácter y la copla popular andaluza. Rubén Darío retratará a la perfección al joven Juan Ramón cuando en 1904 publique un célebre artículo con el significativo título La tristeza andaluza, donde reseña el más reconocido libro de sus comienzos, Arias tristes. En él define al poeta, citando versos de La portantina (Intermezzo) de D’Annunzio, como un « convalescente di squisitti mali… » que ha conseguido universalizar el genuino llanto andaluz diluyéndolo entre las notas de Schubert. Darío valora con un regusto aquiescente su melancolía y ve en la juventud que deslíe abiertamente sus lágrimas un acto admirable de valentía ejemplar. Nos dirá: « Mirad con simpatía esa juventud que, en estos impudentes tiempos, tiene el franco valor de las lágrimas: Lacrimabiliter »7. Y añadirá: « No seas alegre, poeta, que naciste absolutamente amado de la tristeza, por tu tierra, por la morena y amadora y triste Andalucía; y porque tu sino te ha puesto al nacer un rayo lunático y visionario dentro del cerebro »8.

6Con semejante valedor, que no duda en emparentarlo desde sus comienzos con Heine y Verlaine, no es de extrañar que el joven Juan Ramón Jiménez se afianzara con decisión en su enfermiza personalidad y acabara por concebirla, no como un « defecto » que debía intentar subsanar, sino como una privilegiada condena que lo hacía un ser hiperestésico y exquisitamente superior en sensibilidad al común de los mortales, conditio sine qua non su poesía dejaría de existir. Uno de sus médicos, el Dr. Rafael Almonte, le aconseja entonces que deje de leer y de escribir, pues llega a la conclusión de que era justamente su labor poética la causa de su neurosis. Y, en cierta forma, este diagnóstico, que pudiera parecer desproporcionado, tiene una lógica. La neurastenia de Juan Ramón Jiménez se retroalimenta de su propia obra y basta ver los títulos de sus Borradores silvestres9, que más tarde despreciará por constituir un derroche gratuito de sentimentalismo, para darnos cuenta de que el exceso reiterativo cundía tanto en su poesía como en las emociones que representa. Así pues, Juan Ramón se fragua una imagen de poeta delicado, sentimental y enfermizo que se empeña en fomentar, aun cuando tras pasar varios años retirado en Moguer vuelve a Madrid a finales de 1912 totalmente recuperado de sus dolencias juveniles. Esa Navidad cumplirá los treinta y un años con la acuciante necesidad de independizarse y de encontrar su sitio en el mundo, lejos de una familia que acaba de arruinarse y que ya no podía mantener por más tiempo sus quimeras poéticas.

7Pocos meses después, en julio de 1913, conocerá casualmente a Zenobia Camprubí y quedará tan impresionado por la joven que, a partir de entonces, sólo vivirá para hacerse merecedor de su amor (y se justificará hipérbole). Es evidente que su estética cambia notablemente a partir de esta fecha y mucho se ha especulado sobre las razones de este cambio: desde el agotamiento de la estética anterior hasta la lectura de poetas ingleses, alemanes u orientales, que pudieran haber modificado su rumbo. Y de todo hay un poco. Sin embargo, ha llamado particularmente mi atención el contenido de uno de sus más importantes proyectos autobiográficos, el cual, sorprendentemente, sigue hoy día en su mayor parte inédito10. Estoy hablando de Monumento de amor, obra magna que el poeta empezó a componer – sin saberlo – el día en que conoció a Zenobia y que no cerró hasta su muerte en 1956. Se trata de un compendio de poemas y de cientos y cientos de cartas que el poeta y su mujer se intercambiaron a lo largo de más de cuarenta años, de las cuales son parte especialmente sustanciosa y digna de pormenorizada lectura, las más de cuatrocientas conservadas – sin contar tarjetas y breves notas – que van de 1913 a 1916, período que coincide con su noviazgo.

8Cuando Zenobia conoce a Juan Ramón estaba a punto de cumplir veinticinco años y, aunque él entonces no lo supo, terminaba ésta de salir de un insulso noviazgo – que realmente no llegó a consolidarse nunca – con Henry Shattuck, un prometedor abogado bostoniano del que no consiguió enamorarse, a pesar de que su familia así lo hubiera deseado y, sobre el papel, era, sin duda, el marido perfecto. En febrero de 1912 Zenobia desestima definitivamente el matrimonio con Shattuck, aunque mantendrá su amistad con él hasta su muerte. Esta negativa la lleva a considerar la posibilidad de no contraer jamás matrimonio y dedicar su vida circunstancialmente al cuidado de su muy absorbente madre – de salud quebradiza – y a las múltiples inquietudes culturales, comerciales y sociales que su carácter abierto, emprendedor y extremadamente activo la llevaba a iniciar allí donde estuviera. Por otra parte, el fracasado matrimonio de sus padres fue un punto de referencia profundamente negativo en su vida y no deseaba verse atrapada en relaciones que coartaran su libertad o la abocaran a una situación tan desdichada como lo fue la vida conyugal de su madre. Frente al grave, serio y reconcentrado Juan Ramón, de mirada profunda, triste y oscura, en Zenobia resplandece una sonrisa permanente y la abertura preclara a la luz que le irradiaba de sus clarísimos ojos. « Reina Risa », « Hermana Risa », la llamará el poeta en algunas de sus primeras cartas.

9Desde el mismísimo momento en el que se conocen se siente éste atraído por la joven como por un imán y empieza su cortejo con la mejor de sus bazas: su enorme facilidad de expresión. Le escribe numerosos poemas e interminables cartas varias veces al día, incluso aquellos en los que se ven. Desplegará en ellas todos los resortes del romanticismo más acendrado. Confiesa Juan Ramón que hasta entonces sólo se había enamorado de dos mujeres: Blanca Hernández-Pinzón, su primera novia de adolescencia, y Louise Grimm, con la que mantuvo una larga y distante relación que no concluyó en nada, entre otras cosas porque ella ya estaba casada y nunca mostró el suficiente impulso como para iniciar una nueva vida. A pesar de ello, tenía el poeta fama de conquistador y hasta se jactaba de no haber sido rechazado jamás por ninguna mujer. Zenobia, sin embargo, vino a ser su talón de Aquiles. En julio de 1913, nada más conocerla le escribe:

¡Me embelesaría en usted y, sin quitar mis ojos de los suyos, pasaría la vida en un encantamiento! ¡La vida! ¡Ahora es cuando tengo miedo a morirme, a perder a usted con mi muerte y a que usted me pierda con su olvido! Aunque, si me va usted a olvidar, ¡qué lecho mejor que la tierra para dormir sin sueños! […]
…Sí sé que la filosofía, la poesía y la naturaleza son hoy para mí, sin usted, un libro en blanco, una lira sin cuerdas, un paisaje sin emoción. […]
Pero no creo más que en usted, y sin usted mi vida no es nada, nada, nada.
Todo se ha cerrado a mi alrededor, y las cosas, que antes me parecían tan puras y tan claras, son hoy cercos de basura y pantanos de veneno. ¡Piense en mí, piense en usted, y sálveme, que ningún trabajo le cuesta!11

10Semejantes palabras hubieran servido para complacer y conquistar a muchas mujeres con una mentalidad más simple que la de Zenobia. Sin embargo, ella, que acababa de renunciar a la posibilidad de un excelente matrimonio; ella, pizpireta, culta, de espíritu práctico y positivo, acostumbrada a una vida social muy activa, rodeada de un sinfín de amigos, cuando lee semejantes expresiones se siente completamente ajena a ellas. Le parecen rebuscadas, literaturizadas, exageradamente tristes y sentimentales. Piensa, en realidad, que el poeta ha encontrado en ella una excusa para vehiculizar sus afanes expresivos. No se siente realmente amada, sino objeto de culto literario, como una musa forzada y no como una mujer real. Ante este panorama, y anonadada por el alud de sentimientos desbordados que le manifiesta el poeta, unas veces ridiculiza sus hipérboles respondiendo con un sentido del humor que ofende al doliente Juan Ramón, y otras se enfurece por verse literalmente acosada e invadida en su independencia y capacidad de elección. « Usted no me deja libertad de pensamiento ni de sentimiento », escribirá al borde de la indignación en julio de 1913. A ello añade en septiembre del mismo año:

Me dan ciertas ganas de reír cuando usted me dice que me quiere, porque la verdad es, que esto en usted no es más que una idea persistente, que se ha cristalizado, pero que no tiene nada que ver con la realidad. Lo mismo se le podía haber ocurrido que se había prendado de un zapato viejo o de una cacerola rota. Es verdad, Juan Ramón. Me estoy riendo, pero lo digo en serio, en el fondo. El objeto de su cariño no tiene absolutamente nada que ver con su sentimiento. Su alma estaba buscando algo en que poner todo su cariño y así, por azar, me escogió a mí. Si no fuera así, usted se fijaría en cómo era yo y no le tendría sin cuidado lo que yo pensaba, ¿no? Pero usted no se fija para nada, no piensa nunca más que en su propio sentimiento. Pues, para esto, le serviría a usted cualquier otra persona que estuviese en armonía con su modo de ser y no chocase para nada con él12.

¿Por qué está usted siempre con esa cara de alma en pena? ¡Es usted un egoísta de primera! ¡Caramba! No le da la gana de ver más que lástimas en el mundo. Hasta yo me pongo triste con que ¡diga usted!, si a usted lo que le pasa es que necesita salirse de la dichosa rutina cariacontecida de su interior […] Sálgase una vez de su cuarto tenebroso (para usted tenebroso, aunque tenga seis ventanas y un arco voltaico) […] ¿Para qué le sirven a usted sus benditos versos? […] pero si a usted no le florece el corazón nunca. Si fuera usted un almendro, un peral o siquiera un magnolio pero si es usted un ciprés, más parado y sombrío que los del Generalife. Déjese de tristezas una temporada […] Nos vamos a comprar un par de castañuelas para mandárselas a usted. […] Póngase a escribir seguidillas, vístase de torero y plántese en la calle de las Sierpes a echarle piropos a todas las inglesas feas que desfilen por allí. ¡Alegrémonos de haber nacido!13

11Juan Ramón seguirá en sus trece, responderá a medio camino entre la desazón y el sometimiento a aquella insólita y perspicaz mujer, que fuera de todas sus expectativas se le enfrenta y pone en tela de juicio los pilares más sólidos de la personalidad y la expresión que por entonces eran su sello más genuino. No cederá éste fácilmente y atacará a Zenobia reprochándole que pierda su precioso tiempo en una vida veleidosa y superficial, con entretenimientos mundanos y gentes sin interés.

Muy alegre estabas hoy cuando me escribiste tu carta. Te la agradecí con toda mi alma, pero cuando la terminé me eché a llorar. No es una carta tierna ni dulce. […] ¿Qué sacas en limpio de esas charlas con esas amigas « tan simpáticas » que no han podido comprender al Greco? […] Sólo hay un retorno alegre: el del trabajo espiritual. […] No soy un maestro de escuela, pero tú sabes bien que el espíritu es una realidad, que existe, que puede ser mucho y que está esperando serlo. Recuerda las palabras de Leonardo de Vinci: « Como un día bien empleado da alegría al dormir, una vida bien usada da alegría al morir ». Tú eres mucho y tienes la obligación de serlo. ¿Qué satisfacción puedes hallar hablando con personas cuyo espíritu anda tan lejos del tuyo? […] Aun cuando todo esto sea una broma, aunque lo hayas escrito con la mejor de las intenciones, Zenobita, en serio te lo digo, ¿no te ha dolido nada al escribirlo? ¿Cómo puedes olvidarte así de ti misma? ¿O crees que eso puede ponerme más contento? De todos modos, no me dejes sin ti misma. Te necesito como seas, como quieras ser, y yo seré lo que tú quieras, sólo porque seas feliz. Si ahora mismo me dijeran que con mi muerte se conseguiría tu felicidad, la muerte me parecería tan dulce como tú misma14.

12Este no será más que el principio de un tortuoso tira y afloja que se prolongará casi tres años. Zenobia en principio procura no tomarse el asunto demasiado en serio y capea al poeta, dándole trato cordial de « hermano » mientras le es posible. Otras veces, ante su insidiosa insistencia, acaba perdiendo la paciencia y deja de responder sus cartas con una indiferencia que Juan Ramón juzga absoluta crueldad. En más de una ocasión le asegura terminantemente que jamás se casará con él y que ceje en su absurdo empeño, pues es a todas luces gratuito. Ella, mientras tanto, sigue con su vida, abandona Madrid largas temporadas, deja puntualmente de hablarle, de permitirle visitarla, pero él, lejos de rendirse, inicia un incesante monólogo epistolar en el que una y otra vez se muestra convencido de que llegará un día en el que Zenobia será capaz de amarlo y él está dispuesto a esperar cuanto haga falta. Sus cartas, contradictorias, basculan entre la soberbia y la humillación; entre el desprecio y la súplica; entre la ira y el llanto. El Juan Ramón obsesivo aflora en estado puro y nadie puede llegar ni a imaginar su capacidad de obstinación sin haber leído antes este epistolario completo. En él toca una y otra vez las teclas del piano romántico. Son cartas muchas veces desesperadas, lacrimógenas, repetitivas y hasta tediosas como el soniquete de un Chopin interminable. Es todo un intenso proceso de interiorización y autoanálisis del que surgirá un nuevo Juan Ramón. Leyéndolas resulta imposible pensar que el poeta tuviera lugar en su cabeza y en su corazón para dedicarse a otros asuntos. La dificultosísima conquista de Zenobia embarga todo su ser y prácticamente constituye el objeto principal de su actividad mental y sensorial.

13Zenobia, sin embargo, a pesar del disgusto que muchas veces expresa, no llega nunca a rechazar totalmente la relación con él. Muy poco a poco va haciendo notar al poeta que lo que más detesta de su personalidad es esa especie de romanticismo trasnochado y llorón que tanto le alabó Darío para su perjuicio, pues terminó por convertirlo un personaje que se siente obligado a representar un papel. Zenobia no se anda con tapujos y se muestra muy sincera con él. Le molesta particularmente que Juan Ramón busque la complicidad de su futura suegra, Isabel Aymar, para conquistarla y que acuda a ésta con su eterna cantilena lacrimógena. El 20 de septiembre de 1913 escribe: « da usted rabia. ¿No tiene usted nada mejor que hacer que ir a atormentar a mamá con sus gemidos? […] No sea usted tan nene, ¡caramba! Usted se ha empeñado en casarse conmigo, nada más porque sabe muy bien que yo no me quiero, de ninguna manera, casar con usted »15.

14Con su actitud el poeta no conseguirá otra cosa que provocar incluso las iras de Isabel Aymar, que si bien lo acogió con simpatía en un principio, terminará por detestarlo y hacer cuanto está en su mano para procurar que su hija no se case jamás con él. Llega incluso a pedir informes sobre su salud mental a médicos como el Dr. José Sama, a amigos de confianza y hasta al párroco de Moguer. En respuesta, y para su sorpresa, sólo obtiene excelentes informes. No obstante, nunca aceptará estas opiniones y tendrá a Juan Ramón en el más bajo concepto, convencida de que su hija se convertiría en una desgraciada a su lado.

15En este contexto, Zenobia, casi como una hermana de la caridad más que como una enamorada, intenta ayudar a Juan Ramón y darle soluciones para que cambie su actitud y mejore su vida, liberándose de su empeño en mostrarse como un excéntrico de salud mental cuestionable. En julio de 1913 le escribe: « Si no nos rozamos continuamente con nuestros semejantes, nos ponemos raros, no le quepa a usted duda. No raros por tener dentro algo mucho mejor que los demás, sino raros porque nuestro aislamiento siempre nos hace creer que somos superiores y nos endurecemos en todos nuestros defectos »16. Dos años después, en julio de 1915, añade:

¿Se está usted tomando la vida muy alegremente en serio? ¿Se está usted quitando su pose de superioridad cuando habla con mortales más mortales que usted? (según la opinión). Sobre todo, no haga más pose de rareza, porque eso me desespera. Me gustaría que fuese usted superficialmente de lo más corriente que existe17.

16Cuando Zenobia utiliza la expresión « pose de rareza » para referirse a su actitud ante la vida, Juan Ramón responderá con cierto tono airado: « Yo no sé qué rarezas son las que dice usted. Si las tengo, serán tan naturales que no las noto. De cualquier modo que sea, no tengo pose de nada, porque no lo necesito »18. Ella aclarará los términos con palabras contundentes y enormemente significativas:

Ahora te voy a explicar, Juanito Ramón, lo de la pose de rareza que tan mal te supo, con tu característica falta de lógica. (No digo que yo me distinga por lo contrario). Eso de la pose de rareza me lo dijiste tú, conste. Yo te dije que no me hacía ninguna gracia la reputación de neurastenia que te habías complacido en fomentar y tú dijiste que había sido mucho por pose en tu primera juventud. Yo me figuro que la dosis de pose y la de realidad habrían ido proporcionadas, porque aún tienes algunas cosas que te complaces en imponer al mundo como si valieran una atrocidad, y ese tono de superioridad tan desesperante y tan diferente del verdadero Juan Ramón, que yo conozco, es una de las cosas. Otra es la de apoyar la cara en la mano y decir: ¡Ay!, con un profundo suspiro, como si fueras el César y Bruto te acabara de dar la puntilla19.

17El retrato que Zenobia hace de Juan Ramón no difiere mucho del que hiciera Rafael Cansinos Asséns en La novela de un literato cuando al preguntarle a Manuel Machado por las dolencias del enfermizo poeta éste contesta: « …aprensiones…, algo de neurastenia… ¡Con la vida que podía darse!… En Francia…, en París y con dinero… Pero él no sale de los sanatorios… ¡Pose! A cada cual le da por una cosa… »20. También Gedeón lo ridiculizará en una viñeta de la época con pose afectada, atildada y lágrimas en los ojos. Parece vox populi que Juan Ramón exageraba su papel, fomentaba una imagen que Zenobia lo obligará a corregir, si es que éste deseaba ganarse su respeto. En enero de 1916 le espeta sin contemplaciones: « Juanito eres demasiado exagerado. Tú no lloras tanto como dices y, además, desgastas demasiada emoción en cosas que no valen la pena »21.

18La cuestión se dirime en más de cuatrocientas cartas y, evidentemente, va más allá del problema que supone dar una imagen social u otra. Las exigencias de Zenobia advierten a Juan Ramón de la necesidad de un cambio básico de óptica ante la vida y por ende ante su estética literaria. Son muchos los aspectos sobre los que ésta lo obliga a recapacitar. Ella se convertirá en un redoble de conciencia que le exige un cambio de actitud que no se ampara en el capricho femenino, sino en la pura lógica. La claridad mental de Zenobia desprecia la impostura y demanda sencillez. Zenobia detesta el exhibicionismo sentimental exagerado, detesta que la ficción literaria disfrace la vida real y tome su lugar, detesta el exceso emocional y verborreico, detesta incluso ver retratados sus gestos íntimos en poemas que Juan Ramón publica sin pudor. Zenobia va a poner en tela de juicio no sólo esa « pose de rareza » vital, sino, casi involuntariamente, la estética poética que la acompaña. Cuando Juan Ramón le regala al principio de su relación Laberinto, ella despreciará el libro por encontrarlo excesivamente carnal y explícito. Y esta cuestión también los enredará en una serie de controversias realmente interesantes para entender el cambio de su estética. El poeta intentará defender su poesía y su libertad expresiva. En julio de 1913 escribe:

En cuanto a Laberinto, te diré que no tienes razón. Es cierto que hay en este libro poesías que no son todo lo puras que yo quisiera, pero… tampoco hay que tomarlas tan al pie de la letra. En todos mis versos « carnales » hay, si lo miras bien, una tristeza de la « carne ». Puedes o no creerlo; pero te diré que me hastía tanto el placer material, que siempre que he caído, me he levantado muy a tiempo. Estoy libre, nada me impide « gozar » materialmente. No lo hago, sin embargo. He llegado a respetarme de una manera absoluta en ese sentido. Por lo demás, ese y todos mis otros libros están plenos de aspiración ideal y de sentimientos nobles. Es que no tienes el gusto de la poesía tan desarrollado como el de otras cosas, igualmente importantes, desde luego, o más. No sé por qué, en medio de tu cariño, tienes siempre una espina para mí22.

19Sin embargo, a consecuencia de esto dejará de publicar poemarios como Libros de amor – inspirado por sus relaciones carnales con varias mujeres –, que ya tenía preparado para imprenta, y a partir de 1913 su poesía amorosa se estilizará, se hará sutil y dejará de hablar de « mujeres » para representar esa mujer ideal – compendio de perfección – que ansiaba en su juventud y que finalmente tomará la entidad de Zenobia23.

20Más de una vez se ha hablado de la actitud puritana de Zenobia, sin embargo, leyendo sus cartas, no parece exactamente puritanismo el factor que la lleva a recriminar a Juan Ramón la excesiva sensualidad de una parte de su poesía. Zenobia lo que rechaza es el empeño que éste muestra por exhibir en su obra todas y cada una de las facetas de su existencia, incluso la sexual. Del mismo modo, pretende asegurarse de que el amor del que le habla el poeta no es mero capricho ni atracción física. Desde luego se muestra escasamente receptiva en este asunto, y ni siquiera envía a Juan Ramón un simple beso, a pesar de que éste se lo ruega una y otra vez. Poco a poco, Zenobia irá cediendo terreno en tanto y cuanto Juan Ramón va cambiando, mostrándose menos afectado, más equilibrado y, sobre todo, más activo. En el verano de 1915 Zenobia finalmente acepta como pretendiente a un Juan Ramón renovado, que hace planes de futuro, con el que está traduciendo a Tagore y que está trabajando a pleno en las ediciones de la Residencia de Estudiantes y más tarde en la Casa Calleja. Se diría que simbólicamente el poeta marca su triunfo el día en el que Zenobia se muestra complaciente y desea que éste viaje hasta Barcelona, donde pasa una temporada con su madre, sólo para verla. Él, que le había suplicado mil veces que le permitiera visitarla, después de valorar pros y contras, responde que le encantaría ir, pero que el trabajo se lo impide. Sólo entonces Zenobia empieza a considerar la posibilidad de casarse con él. Juan Ramón, por fin, ha dejado atrás su papel de romántico anquilosado y empieza a actuar con la « normalidad » que ella demandaba.

21Una vez tomada la decisión, no obstante, Zenobia aún tiene exigencias que Juan Ramón debe cumplir. Para casarse con él, ella habrá de enfrentarse a su propia familia y a sí misma, pues no está convencida de que el matrimonio sea su destino de vida. Zenobia para dar ese paso necesita la garantía de que el amor de Juan Ramón es limpio y puro, y manifiesta sus dudas cuando observa en su palabras tintes sensuales que pudieran implicar más deseo físico que amor. El 5 de octubre de 1915 escribe:

Juan Ramón, tus poesías me han dado tanto terror. Porque no me basta que seas, como yo quiero, para mí, sino para todos igual. Juan Ramón, te quiero, en todo, confiado en mí y limpio de corazón y trabajador satisfecho con sólo trabajar sin engreimiento. Te quiero, Juan Ramón, te quiero, pero prefiero no volverte a ver nunca, a perder la ilusión de este amor, completamente limpio y bueno, a que yo tengo derecho. ¿Por qué me hablas de tu boca? Es una cosa fea de decir y me molesta, porque yo querría besarte, sin darme cuenta de cómo lo hacía, sólo por dar un gran cariño y sentir tu gran cariño. Juan Ramón, te quiero tanto y tan bien que, si no son las cosas como yo merezco, voy a ser muy desgraciada24.

22En este punto Zenobia se mostrará totalmente intransigente y, si bien, se complace en dejar determinadas libertades a un Juan Ramón que ante ella se llegó a mostrar realmente servil con tal de limar diferencias, literalmente le prohíbe que hable en su poesía de lo que llama « cosas asquerosas ». En diciembre de 1915, escribe:

Esta mañana en la iglesia pensaba en tu alegría, cuando te dije que no quería que confesaras ni comulgaras por mí, ni hicieras nada insincero. No te querría si lo hicieras. Lo primero en el mundo es creer en el otro y si él es capaz de hacer cosas contra su conciencia, no se puede creer en él. Toda la vida vas a ser completamente libre y no me vas a hacer concesiones, porque no te las voy a pedir. […] Ahora, lo de tu poesía es distinto. Yo no te podría querer, si creyera que tu amor podía tener en él algo de asqueroso y, si no piensas cosas asquerosas, no puedes escribirlas. Eso es completamente distinto. Si tú ahora escribieras del amor de aquella manera, sería que no me querías del único modo que no sería una ofensa para mí. Yo te quiero tanto y todo mi amor es amor de verdad. Otra cosa sería horrible. Por eso no te he dejado libre en este asunto, porque te sobra la nobleza de tu alma. Ya no eres así y, por eso, te quiero. Juanito, te quiero tanto25.

23Sus palabras, desde luego, no caen en saco roto. Mientras Juan Ramón se desvive en el interminable lamento de las larguísimas, recargadas y apasionadas cartas que compondrán Monumento de amor, llama enormemente la atención que su poesía, por el contrario, se vaya simplificando hasta conseguir ser el primer libro que puede encuadrase de pleno en lo que llamará « poesía desnuda ». Hasta parece que todo el esfuerzo que dedica a recargar las cartas revierta, por agotamiento, en la limpia concisión a la que va sometiendo su poesía. Mientras escribe su interminable epistolario compone los concisos Sonetos espirituales y el libro crucial en el que evoca los avatares de sus amores con Zenobia: Estío, concebido en el verano de 1915, cuando ella, por fin, tolera y corresponde su amor. Estiliza y espiritualiza su poesía y se obliga a encontrar una nueva estética para su expresión hecha a la medida justa de los requerimientos de Zenobia. Ya no puede cantar su amor por ella con languideces ni con requiebros modernistas. A Zenobia la tiene que cantar con un lenguaje poético nuevo, tan elevado como limpio, claro y sencillo, a la medida de la mujer que representa. Durante los meses de julio y agosto de 1915 escribe:

Tú eres para mí símbolo y cifra de todas las mujeres, y teniéndote a ti, buena, bonita, graciosa, inteligente, fina, espiritual, tengo todo el mundo conmigo. […] Estío lleva ya ¡ciento veinticuatro poesías!, todas de ti o con motivo de ti. Saldrá en octubre, con los Sonetos26.

Mi nuevo libro, Estío, va por la página sesenta y dos. Para octubre, lo imprimiré. Con ese libro, lleno de alegrías momentáneas y de largos dolores, me entretengo bastante. Con él río y sollozo y me lo pongo a la cabecera cuando me acuesto. Leo hasta última hora, y sus imágenes me acompañan, dormido. Al despertar, su presencia cercana me da también valor, ¡qué bien lo necesito!27

Ya verás Estío. Es un libro inquieto y elevado. Creo que lo mejor que he escrito. ¡Gracias musilla mía!28

24Zenobia, que hasta entonces había mostrado escaso interés por la poesía de Juan Ramón y le había hecho más críticas que alabanzas, guardará toda su vida este libro como un tesoro y lo releerá en sus convalecencias de los años 50, dirá, « sintiéndome tan joven como entonces »29. Juan Ramón Jiménez compondrá poco después su fundamental Diario de un poeta recién casado. Leerá y traducirá con ella a los imaginistas norteamericanos, a los grandes poetas irlandeses, a Emily Dickinson, a Robert Frost, a tantos otros… Constatará entonces que sus nuevos caminos expresivos tenían una vía válida y seguirá indagando y renovando sobre ellos. Decidirá, como bien se sabe, desechar o corregir toda poesía anterior a 1913 y amoldarla a su nueva personalidad. Después de haber leído las cartas de Monumento de amor no cabe duda de que la influencia de Zenobia sobre este nuevo rumbo es mucho más importante aún de lo que hasta ahora se ha creído. Zenobia es el reactivo fundamental que hace superar al poeta su estancamiento y esa « pose de rareza » que impedía su avance. Zenobia, con sus exigencias, lo salva de sí mismo y de su envenenamiento melancólico, lo abre al exterior, y su poesía gana calidad al igual que la ganó su vida. Cierto es que el futuro deparará a Juan Ramón nuevas tristezas y profundas depresiones, en las que ya no podemos entrar, pero vendrán éstas provocadas por duros factores externos que ya nada tendrán que ver con esa « pose de rareza » que Zenobia le hizo desechar para siempre.

Notes

1 Juan Ramón Jiménez, Vida, Vol. 1 Días de mi vida, éd. Mercedes Julià, M. Ángeles Sanz Manzano, Valencia, Pre-Textos, 2014, p. 84.

2 Ibid., p. 269-270.

3 Ibid., p. 270.

4 Ibid., p. 259.

5 Ibid., « Mi pena blanca », p. 271.

6 Ibid., « Una risa estraña », p. 195-196.

7 Rubén Darío, Tierras solares, Madrid, Leonardo Williams, 1904, p. 79.

8 Ibid., p. 77.

9 Arias tristes (1903), Elegías (1908-1910), Baladas de primavera (1910), La soledad sonora (1911), Poemas mágicos y dolientes (1911), Platero y yo. Elegía andaluza (1914), Melancolía (1912), Laberinto (1913).

10 Hasta ahora sólo se han publicado algunos documentos aislados en revistas y dos breves selecciones de su contenido en Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor. Cartas de Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, éd. R. Gullón, San Juan, Ediciones de La Torre, 1959; y en Juan Ramón Jiménez, Poemas y cartas de amor, éd. R. Gullón, Santander, Publicaciones de la Isla de los Ratones, 1986. Actualmente está en prensa su edición completa a cargo de M. Jesús Domínguez Sío. Agradezco a Carmen Hernández-Pinzón, representante de los herederos de Juan Ramón Jiménez, su enorme amabilidad al facilitarme la consulta de los textos inéditos que se citan en este artículo.

11 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit. Esta carta fue publicada en la revista La Torre, Nueva época, 1987, vol. 1, núm. ex., p. 150.

12 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit. Texto inédito.

13 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit., p. 25-26. Y en Juan Ramón Jiménez, Poemas y cartas de amor…, op. cit., p. 31-32.

14 Juan Ramón Jiménez, Poemas y cartas de amor…, op. cit., p. 33-35.

15 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit. Texto inédito.

16 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit., p. 28-29.

17 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit. Texto inédito.

18 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit.

19 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit.

20 Rafael Cansinos Asséns, La novela de un literato, 1, Madrid, Alianza Tres, 1996, p. 118.

21 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit. Texto inédito.

22 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit., p. 35-38.

23 Esta obra fue publicada póstumamente en Juan Ramón Jiménez, Libros de amor, éd. J. A. Expósito, Orense, Linteo Ediciones, 2007.

24 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit. Texto inédito.

25 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit.

26 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit. Estío fue publicado a finales de 1916 en la editorial Calleja. Los Sonetos espirituales aparecieron 1917 en la misma editorial.

27 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit.

28 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit.

29 Juan Ramón Jiménez, Monumento de amor…, op. cit. Carta recogida en Cuadernos de Zenobia y Juan Ramón, 1993, vol. 8 p. 13-14.

Pour citer ce document

Soledad González Ródenas, « « Pose de rareza » y « Hermana Risa ». Zenobia y la superación de la melancolía en la obra de Juan Ramón Jiménez » dans « Juan Ramón Jiménez: tiempo de creación (1913-1917) », « Travaux et documents hispaniques », n° 8, 2017 Licence Creative Commons
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Institut Narcís Oller