Sommaire
8 | 2017
Juan Ramón Jiménez: tiempo de creación (1913-1917)
Ce volume recueille les communications présentées lors du colloque « Juan Ramón Jiménez: Tiempo de creación (1913-1917) » organisé par Annick Allaigre et Daniel Lecler (Laboratoire d’Études Romanes EA 4385) les 19 et 20 mars 2015 au Colegio de España de la Cité Internationale Universitaire de Paris et à l’Université Paris 8 Vincennes – Saint-Denis. Coordonné par Daniel Lecler et Belén Hernández Marzal, l’ouvrage s’intéresse à une période de création particulièrement intense durant laquelle Juan Ramón a en partie forgé sa poétique. La réflexion s’articule en trois moments. Le premier est consacré à une figure décisive dans la vie du poète : celle de Zenobia Camprubí de Aymar, le second au poète comme traducteur, le troisième, enfin, à l’une de ses œuvres majeures, Platero y yo.
- Belén Hernández Marzal et Daniel Lecler Avant-propos
- Soledad González Ródenas « Pose de rareza » y « Hermana Risa ». Zenobia y la superación de la melancolía en la obra de Juan Ramón Jiménez
- José Julián Barriga Bravo et Nuria Rodríguez Lázaro Reivindicación intelectual de Zenobia Camprubí
- Annick Allaigre Mallarmé par Juan Ramón Jiménez, à rebours du splendide isolement ?
- Philippine Guirao Juan Ramón Jiménez, traducteur de Paul Verlaine
- Daniel Lecler Du visible à l’invisible dans Platero y yo et Don Quijote de la Mancha
- Jorge Urrutia Hacia la significación ideológica de Platero y yo
- Dominique Bonnet Un nuevo Platero, fruto de la influencias literarias comunes a Jean Giono y Juan Ramón Jiménez
- Belén Hernández Marzal Gilberto Owen a la sombra de Juan Ramón
- Virginie Giuliana « Un retrato es ante todo un documento » : la galerie des hommes illustres de Juan Ramón Jiménez et Joaquín Sorolla
- Bénedicte Mathios Amour, arts visuels, et rythmes(s) du journal dans Diario de un poeta recién casado
- Claude Le Bigot L’alternance poésie et prose dans le Diario de un poeta reciencasado de Juan Ramón Jiménez (1917) : une crise de croissance de la modernité poétique
- Marie-Claire Zimmermann Sur la genèse d’une écriture poétique : Piedra y cielo, de Juan Ramón Jiménez
8 | 2017
Reivindicación intelectual de Zenobia Camprubí
José Julián Barriga Bravo et Nuria Rodríguez Lázaro
Yo procuraré siempre ser una buena mujer para ti…para ayudarte a ser valiente, para no ser una carga y para empujarte siempre para arriba en todo lo que alcancen nuestras almas. Quiero que te refugies en mí contra toda desilusión y contra lo mediocre y mezquino de la vida.
Zenobia Camprubí, 19131
Juan Ramón amó a Zenobia de un modo profundo, apasionado que sólo su obra podía expresar. Por quererla cambió el rumbo de su poesía, la depuró, se depuró y llegó al concepto de la poesía desnuda.
Graciela Palau2
1En pocas otras ocasiones en la historia de la literatura universal se ha registrado una colaboración tan estrecha como la que prestó Zenobia Camprubí Aymar a la obra de su esposo, el Premio Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez. Hasta el punto de que es razonable preguntarse qué hubiera sido de la producción del poeta sin la presencia y el cuidado permanente de su compañera. Tan razonable como plantear la hipótesis de cuál hubiera sido la trayectoria intelectual y literaria de Zenobia Camprubí si en su camino no se hubiera cruzado un joven poeta enamorado de la belleza y de la gracia de una joven excepcional. Juan Ramón Jiménez, una de las grandes cumbres de la lírica del siglo xx, sufrió a lo largo de toda su vida reiterados episodios neurasténicos que le incapacitaron para la producción literaria durante largos períodos de su existencia y le produjeron frecuentes crisis de depresión. Siempre junto a él, durante más de cuarenta años, Zenobia se constituyó en su más firme amparo y en su más leal colaboradora.
2Sin embargo, la indudable labor subalterna de Zenobia ha dificultado la correcta interpretación del valor intelectual y literario de la esposa de Juan Ramón Jiménez, convertida por la hagiografía juanramoniana en ayudante, aunque imprescindible, en la obra del moguereño. En contadas ocasiones se ha valorado la personalidad de Zenobia separadamente de la de su marido aunque uno y otro conforman un ejemplo paradigmático de simbiosis intelectual entre dos personas de muy distinto e incluso contradictorio carácter. Cierto es que Zenobia dedicó su vida a mantener y hacer posible la labor creadora de aquel poeta andaluz, triste y enfermizo, que la sometió a uno de los cortejos sentimentales más célebres en el Madrid de entreguerras. Tan cierto como que esta esforzada dedicación subalterna no agotó su otra personalidad: la de mujer batalladora, emprendedora de negocios que sustentó el retiro creativo de Juan Ramón Jiménez, traductora e impulsora de escritores en lengua castellana y, al final, autora de un corpus de diarios que todavía requieren una relectura que los salve del lugar secundario en el que lo ha situado la bibliografía juanramoniana. Los tres volúmenes de losDiarios3 de Zenobia son un monumento literario de excepcional agudeza psicológica sobre las relaciones de pareja de dos personalidades absolutamente extraordinarias.
3Con esta modesta contribución pretendemos poner de relieve la trascendente importancia de Zenobia Camprubí, el papel absolutamente relevante que desempeñó en la trayectoria vital y creadora del premio Nobel.
Zenobia en los textos del poeta
4La huella de Zenobia en la obra de Juan Ramón es tan patente que apenas sería necesario detenerse sobre este punto, aunque tal vez sea interesante mostrar brevemente el cambio temático que se produce en la retórica amorosa juanramoniana cuando su estado civil pasa de soltero a casado. Escojamos casi al azar un poema de corte amoroso del poemario Sonetos espirituales: « Mujer celeste »4.
MUJER CELESTE
Trocada en blanco toda la hermosura
con que ensombreces la naturaleza,
te elevaré a la clara fortaleza,
torre de mi ilusión y mi locura.
Allí, cándida rosa, estrella pura,
me dejarás jugar con tu belleza...
Con cerrar bien los ojos, mi tristeza
reirá, pasado infiel de mi ventura.
Mi vivir duro así será el mal sueño
del breve día; en mi nocturno largo,
será el mal sueño tu cruel olvido;
desnuda en lo ideal, seré tu dueño;
se derramará abril por mi letargo
y creeré que nunca has existido.
5Percibimos inmediatamente en el título una posible dimensión divina de la mujer – celeste o celestial como término antagónico de terrestre, de humano –, gracias a ese adjetivo que por supuesto designa ante todo un color, ese azul que tanto obsesionó al poeta5. El primer verso parece contradecir cromáticamente al título, puesto que surge otro color, el blanco, que es el que va a dominar a lo largo del poema. En el lapso de tan solo unos segundos el lector ha asistido a una metamorfosis, a una transformación, como confirma la primera palabra del soneto, el adjetivo « trocada ». Retenemos tres ideas claras en este primer verso: la transformación, el color blanco y la belleza. En el segundo verso surge el destinatario de la voz poética, que no es otro que un tú cuya belleza eclipsa la de la naturaleza. Inmediatamente aparece en el verso, tras la notificación de la voz personal, una primera persona que deja claras sus intenciones con un contundente futuro perfecto: « te elevaré a la clara fortaleza / torre de mi ilusión y mi locura ». Fijémonos en cómo el misterio inicial sobre la identidad de la poseedora de tal hermosura se prolonga y se acentúa en el segundo verso, puesto que se trata de un endecasílabo sáfico, con una anacrusis de tres sílabas que mantiene de cierto modo el suspense sobre la identidad de la destinataria, tanto más cuanto que la anacrusis de tres sílabas se repite en el verso siguiente, que de nuevo es un endecasílabo sáfico: « te elevaré a la clara fortaleza ». Repárese igualmente en cómo el adjetivo « clara » del verso tres se opone al « ensombreces » del verso dos, al tiempo que añade una nueva nota de color al poema, creando un auténtico campo léxico del cromatismo (« celeste », « blanco », « ensombreces », « clara »). El cuarteto termina con un verso que parece confirmar la dimensión divina de la mujer celeste adivinada al leer el título, puesto que, tal una diosa o señora soberana dela tradición del amor cortés, aparece protegida, situada en lugares inaccesibles (« torre », « fortaleza »), que no son más que metáforas que designan el amor y la admiración del yo: « de mi ilusión y mi locura ».
6No parece necesario ir más allá: en este texto de los Sonetos, escrito en 1915, resulta obvia la buscada confusión entre la mujer amada y la poesía, que Juan Ramón fijaría definitivamente, como centro de su poética, en su alabado poema Vino, primero, pura6 del poemario Eternidades (1916-1917). Sin embargo, en Diario de un poeta recién casado, si bien la posible amalgama mujer/poesía sigue su curso, surgen signos más que patentes de que ahora los vínculos que se establecen entre el amor y la poesía son de carácter concreto y no abstracto; se trata a partir de ahora de lazos carnales e incluso explícitamente matrimoniales. Juan Ramón se casó con Zenobia en 1916, y ese mismo año escribió el texto siguiente:
Mientras trabajo en el anillo de oro
puro me abrazas en la sangre
de mi dedo, que luego sigue, en gozo,
contigo, por toda mi carne.
¡Qué bienestar! ¡Cómo mis fuertes venas
de ti van, dulces, embriagándose,
cual de una miel celeste que tuviera
la luz de los eternos cálices!
Mi corazón entero pasa, río
vehemente y noble, bajo el suave
anillo que, por contenerlo, en círculos
infinitos de amor se abre7
7Se trata esta vez de tres cuartetos en los que alternan puntualmente endecasílabos y eneasílabos. El motivo central del poema es, insistentemente, el vínculo del matrimonio, tema que no hace sino incidir en el título del poemario, Diario de un poeta recién casado, y que tiene como signo principal la alianza de oro, el anillo que simboliza, tanto en el texto juanramoniano como en el sacramento del matrimonio, la unión indisoluble del hombre y la mujer una vez casados.
8La voz poética notifica inmediatamente una dimensión metapoética – « mientras escribo » –, al dar cuenta de la presión ejercida en el dedo por el anillo en el momento preciso en el que se escribe el poema. De nuevo la amada se confunde en un texto de Juan Ramón con la poesía, pero en este caso se trata de la poesía en el momento mismo, en el acto de escritura, de su fabricación material. La mano resulta ser el vínculo esencial, el depositario de esa singular pareja: la escritura poética y el anillo de casado. El anillo va aprovocar una suerte de latido, de palpitación en el dedo, en la mano del poeta, a medida que construye sus versos. Esta vez la confusión poesía/amada es tal, que ese tú, ese destinatario femenino – la amada – llega a abrazar al yo poeta mediante la estrechez del anillo que literalmente parece clavarse en los dedos del poeta dando lugar a una exaltación carnal, física, al tiempo que creadora.
Zenobia y Juan Ramón: monumento de amor
9La reciente publicación de los diarios de Margarita Gil Roësset8, una joven escultora de 24 años que se suicidó tras confesar su no correspondido amor por Juan Ramón, ha provocado una avalancha de curiosidad por la biografía sentimental del Nobel. El suceso, ocurrido el 28 de julio de 1932, aunque conocido y glosado hasta la saciedad, ha introducido nuevas consideraciones sobre las relaciones afectivas con su esposa, Zenobia Camprubí. Efectivamente, el poeta, de muy acusada emotividad, necesitó desde su infancia de la presencia de mujeres en su vida. Desde su incuestionable enamoramiento, en su Moguer natal, de Blanca Hernández Pinzón, de María Teresa Flores Iñíguez y de María Almonte, la hija de su médico, pasando por su relación con Rosalina Brau en Sevilla, por cierto puertorriqueña, sus visitas a los burdeles de Sevilla y de Huelva, sus galanteos con las sirvientas del sanatorio psiquiátrico de Castel d’Andorte, sus amores o amoríos con dos mujeres de aquel establecimiento, una de ellas la esposa del médico que lo atendía, los juegos eróticos con las novicias del sanatorio de El Rosario en Madrid y muy particularmente su coqueteo con la « hermana Pilar », el « enamoramiento apócrifo » con una joven limeña inexistente, Georgina Hübner, su relación con Filomena Ventura Polo y la más cierta con Louise Grimm, su idilio con Marichu Achúcarro, jóvenes siempre bellas y cultas, de las que dejó en su escritura un reguero de versos sensuales y carnales, aquellos libros que Zenobia clausuró o escondió y que escandalizaron a doña Isabel Aymar, de cerrada moral católica, cuando supo que aquel joven taciturno y disoluto pretendía la mano de su hija. No hay duda que la figura de Juan Ramón tuvo un indudable atractivo en los círculos de mujeres cultivadas que el poeta frecuentaba. Son todos ellos antecedentes necesarios para valorar el enamoramiento radical de Zenobia y la centralidad que le produjo a partir de que la conociera.
10Zenobia Camprubí Aymar (1887-1956) procedía, por parte materna, de una familia hacendada puertorriqueña. Su padre, Raimundo Camprubí, ingeniero de Caminos, era miembro de una distinguida familia catalana, destinado a Puerto Rico para construir una importante carretera. Allí conoció a Isabel Aymar con la que contrajo matrimonio en 1879. Zenobia nació en Malgrat del Mar (Barcelona) y su infancia transcurrió en la ciudad condal. El matrimonio Camprubí-Aymar se separó cuando el marido estaba destinado en Valencia, y esta es la razón de que Isabel Aymar se trasladara a Estados Unidos en compañía de sus hijos. Zenobia y sus hermanos se educaron en los mejores colegios de Nueva York y Washington. En una y otra ciudad la familia Aymar se mueve en los más importantes círculos de la burguesía norteamericana y Zenobia muestra ya un carácter resuelto e independiente. En 1908 viviendo en la ciudad de Flushing cursó estudios en la Escuela de Pedagogía de la Universidad de Columbia, Nueva York. Por aquel entonces, Zenobia contaba ya con una amplia formación en literatura, historia y música, domina el español, inglés y francés, y en esta Universidad estudia literatura inglesa, pero no termina el curso por la decisión de su madre de regresar a España.
11La presencia en Madrid de aquella joven americana, « la Americanita », produjo una gran conmoción en los círculos intelectuales de una ciudad que vivía una gran efervescencia intelectual. Joven, esbelta, jovial, desinhibida, culta, generosa. Incluso el color de sus ojos provocó una profusa discusión entre sus admiradores. Personajes tan insignes como Ortega y Gasset, Rafael de Penagos, Ricardo Gullón o Juan Guerrero participaron en aquel singular debate sobre el color de los ojos de « la Americanita »: « azules », « claros », « entre azul y grises », « azul verdoso » o simplemente « verdes » en opinión del propio Juan Ramón9. Sin embargo se sabía que aquella joven tan singular había dejado en Estados Unidos a un joven enamorado, perteneciente a una de las familias más adineradas de Boston. Era, sin duda, el candidato preferido de doña Isabel Aymar, una mujer distinguida pero aferrada a una cultura eminentemente conservadora. En 1912, Zenobia, en una muestra más de su espíritu resolutivo, decide romper su incipiente noviazgo y así se lo comunica a Henry Shattuck: « No estoy enamorada de ti, Henry, pero te quiero mucho y me siento terriblemente desgraciada cuando no me escribes […] No sé lo que quiero o lo que no quiero. Nunca en mi vida me había sentido tan perpleja ni tan aturdida y desconcertada »10.
12Zenobia continuaba haciendo una intensa vida social en Madrid. Asistía a conferencias, conciertos, participaba en debates, se dejaba ver en los actos organizados por la Institución Libre de Enseñanza. Eran los años en los que un joven poeta andaluz, melancólico y taciturno, comenzaba a triunfar en los mismos ambientes en los que se movía aquella joven que decía y repetía que nunca se casaría con un español, pues detestaba el papel subalterno que los hombres reservaban en España a la mujer. Juan Ramón, el poeta sensual y enamoradizo, el joven que había mantenido relaciones apasionadas en Francia durante su estancia en un sanatorio psiquiátrico y había publicado libros de un erotismo manifiesto , y que perseguía a las novicias o a mujeres casadas, se enamoró perdidamente de « la Americanita » y se dispuso a conquistarla sirviéndose de todas las tretas a su alcance, urdiendo encuentros culturales, utilizando a amigos comunes, haciendo guardia ante el nº 18 del paseo de la Castellana, esperando que aquella joven cuya risa y optimismo era leyenda en el Madrid del barrio de Salamanca cayera rendida ante sus versos apasionados. Amenazó incluso con suicidarse si no atendía sus requiebros hasta el punto de que llegó a preocupar a su amigo el filósofo Ortega y Gasset viéndolo en aquella situación tan penosa. Conociendo su frágil equilibrio mental trató en vano de liberarle de aquel ensueño, conminándolo a que se trasladara con él a su casa de El Escorial para que se olvidara de la joven de los ojos verdes, « con el auxilio de la filosofía, de la poesía y de la naturaleza ». « ¿Le dará a usted esa mujer – le preguntaba el filósofo– todo eso que usted se figura? ¿Será tan útil para su vida espiritual como usted se figura? ». « No la conoce usted », fue la respuesta del poeta enamorado, el mismo que uno de aquellos días recibió al fin una respuesta a sus cartas11. Está fechada en el verano de 1913 y dice así:
Como me esté un momento más callada estallo, y como no tengo ganas de estallar, aquí va esto, que usted llamará carta […] pero que yo llamo un rompimiento colosal del dique de mi paciencia y un desbordamiento igualmente colosal de mi ira, indignación, furor, etc. […] ¿Para qué le sirven a usted sus benditos versos? Si fuera verdad que encima de un asno le floreciera el corazón…pase… pero si a usted no le florece el corazón nunca. Si fuera usted un almendro, un peral o siquiera un magnolio…pero si es usted un ciprés, más parado y sombrío que los del Generalife […]. Ya que se enfada porque le digo que quiero que se enamore de una de mis amigas, le desdigo. No se enamore usted de ninguna, pero deje que le sacudamos un poco esa tristeza…12
13Pero los rechazos de Zenobia no lo arredraron. Al contrario, redobló sus requiebros por mucho que doña Isabel Aymar hubiera puesto tierra por medio y se llevara a Zenobia a Estados Unidos con la intención de restablecer la relación con aquel joven abogado de Boston perdidamente enamorado de su hija, mil veces un « partido » más sólido que aquel taciturno poeta, además arruinado. ¿Cuál fue la razón del triunfo de Juan Ramón frente a la resistencia de Zenobia? Sin duda, la pasión por la poesía y la literatura. Rabindranath Tagore, el escritor indio al que le concedieron el Nobel en 1913, hizo de celestino. Zenobia tenía en sus manos un ejemplar en ingles de la Luna nueva. Su pretendiente no dominaba el inglés. Zenobia le leía aquellos versos, tan parecidos por otra parte a los que su amigo componía. ¿Por qué no traducir juntos aquel bellísimo poema, perfectamente desconocido en lengua castellana? Ella haría la traducción literal, él pondría la rima o el sentimiento lírico. Además, a Juan Ramón le acaban de encomendar las ediciones de la Residencia de Estudiantes, y, por si fuera poco, conocía a los editores madrileños más importantes. Podrían obtener unos ingresos con el que proseguir su colaboración literaria. Seguirían traduciendo las obras del bengalí y a otros poetas de habla inglesa. Sus nombres aparecerían juntos. Compartirían ingresos… La « Americanita », la joven de los ojos azules o verdes, había sucumbido. Doña Isabel Aymar hubo de resignarse, aunque solo a medias porque había encargado informes médicos sirvieran para demostrar que el poeta enamorado estaba « loco ». ¡Menuda era la « Americanita »! Juan Ramón guardaba como un tesoro una carta que corroboraba la rendición de Zenobia:
Yo procuraré siempre ser una buena mujer para ti[…]para ayudarte a ser valiente, para no ser una carga y para empujarte siempre para arriba en todo lo que alcancen nuestras almas. Quiero que te refugies en mí contra toda desilusión y contra lo mediocre y mezquino de la vida13.
14Después de su boda celebrada en Nueva York el 2 de marzo de 1916, el matrimonio se instala en Madrid y allí comienza la tarea ingente de Zenobia. Aquella promesa de « yo procuraré siempre ser una buena mujer para ti… » fue solo una premonición de la ingente tarea al servicio de la obra del esposo, recluido en su torre de marfil. Zenobia se ocupa del orden doméstico, ejerce de secretaria mañana y tarde recogiendo los dictados y las correcciones de Juan Ramón, y actúa a menudo de enfermera. Lo cuida y le evita cualquier interferencia que lo aleje del objetivo de vivir por y para la belleza. Ella recibe a las visitas, administra el magro patrimonio familiar, lo complementa con una tienda de artesanía, emprende negocios de alquilar viviendas para el personal diplomático acreditado en Madrid, frecuenta los círculos culturales, pero sobre todo, día y noche, está pendiente de que nada ni nadie distraiga la labor creadora de uno de los poetas más geniales, pero más raros, de cuantos ha producido la lírica hispana, deparándole un espacio de silencio y armonía cuasi monacal. Cuando la situación económica se complica, ella prescinde de sus gastos más gustosos con tal de que la obra de Juan Ramón Jiménez continuara editándose. Hay temporadas que se ve obligada a administrar con enternecedora austeridad los escasísimos recursos de que disponen, privándose de renovar el vestuario, prescindiendo del café de la mañana, demorando los pagos al lechero o disimulando, ella tan pulcra y elegante, la rotura de su único par de medias. Negocia con las imprentas, administra los derechos de edición, y sobre todo permanece atenta a los caprichos del poeta: ahora le apetece pasear, ahora descansar, ahora charlar o discutir, ahora cambiar de vivienda porque le molesta el canto de un grillo, los ruidos escolares o la vecindad poco cultivada, o porque la orientación de la vivienda no le permitía presenciar el ocaso de cada día. En cierto modo, la actividad creadora de Juan Ramón se surtía del caudal de vitalidad y de energía de su esposa, ocultándole o soportando en soledad la deriva de un cáncer que terminó con su vida.
15El error más habitual es considerar que la abnegada dedicación de Zenobia a la persona y a la obra de su marido fue fruto de un carácter bondadoso, complaciente o sumiso a los intereses preponderantes del varón. Al contrario, Zenobia fue una mujer fuerte y rebelde, que se enfrentó con resolución al egoísmo y a las extravagancias del poeta. Las cartas que ambos se cruzaron desde el noviazgo hasta poco antes de la muerte de Zenobia, y especialmente sus diarios íntimos, expresan con extraordinaria sinceridad la lucha permanente que Zenobia mantuvo para evitar la anulación de su personalidad.
16Un domingo de enero de 1940, Juan Ramón y Zenobia dan un paseo por Coral Gables. Juan Ramón se incomoda y refunfuña. Zenobia escribe: « Allí sentada junto al mar, se me vino encima la vida entera y la idea de la anulación gradual de mi personalidad en todo lo que no sea ayuda para los objetivos de JuanRamón. y sobre todo la idea de que cuando Juan Ramón quiere algo no importa lo útil, siempre estoy dispuesta a hacer sacrificios para que él pueda tenerlo, mientras que cuando yo quiero algo, aunque sea lo cosa más mínima, si implica colaboración de su parte, basta que yo lo quiera para que él quiera lo contrario »14. Y años más tarde. « Me monté en el coche y me fui a un lugar tranquilo donde pudiera pensar en un plan para no pasarme toda la vida como si estuviera en la sala de espera de una estación: esperando a cocinar o a escribir a máquina para J.R. Desayuno a la 8 a.m. Máquina a las 10.Almuerzo a la 1. Máquina a las 3,30. Cena a las 7,30, lo que no me deja tiempo entre medias para hacer siquiera un viaje a Miami por no hablar de citarme con alguna amiga. También la traducción está atrasada, porque no hay una hora al día en que pueda escribir a máquina sin molestar a J.R. » (Martes, 12 de marzo 1940)15.
17Pero no todo fue un calvario en la convivencia. Con la misma frecuencia que ocurren aquellos arrebatos de rebeldía, los diarios íntimos reflejan el trabajo gustoso de Zenobia presenciando y colaborando en el proceso creador de su marido y los momentos jubilosos compartidos de charla o de camaradería. « Lo más sobresaliente de nuestras vidas aquí (Coral Gables) son las bellas tardes que pasamos leyéndonos el uno al otro » (11 febrero 1940)16; « J.R. es como un niño en estos casos, mientras conduzco me acaricia la pierna más cercana a su mano izquierda para decirme qué maravillosos son para él estos paseos al atardecer, lo agradecido que me está y cuánto lo está disfrutando » (13 febrero 1940)17; « J.R. me llenó la casa de lilas. Estamos encantados de estar juntos otra vez. Mientras descanso en el sofá J.R. me cuenta todo lo que ha pasado desde que fui » (5 de abril 1945)18. Y así: « J.R. todavía estaba acostado pero se puso tan terriblemente regocijado al verme, que me conmovió. Yo me alegré de verlo y estaba deseándolo, pero él parecía haber salido de un pozo profundo a la luz » (sábado 16 de abril 1938)19; « a J.R. no se le puede dejar solo en absoluto. ¡Él es queridísimo, aunque me vuelva loca! » (26 de agosto 1938)20. O, por ejemplo, lo escrito en la Nochevieja de su último año de vida: « Me dormí antes de que J.R. se tomara su vaso de leche y mi última impresión de una normalidad consoladora… “Cuando yo sentí la vida es cuando yo te quise a ti”, es una de las primeras preciosas cosas que J.R. me dijo cuando salimos a dar una vueltecita haría media hora. Me dijo muchas más, lindísimas, que hubiera querido apuntar, pero cuando me detuve para sacar la pluma y escribirlas, encontré que había dejado el portamonedas olvidado en casa, y me tengo que contentar con ésta y con la que me dijo a nuestro regreso, a pesar de que ésta ya refleja su estado de ánimo tan deprimido y descorazonador: “Envuélveme con tu luz para que la muerte no me vea” »21.
18Son solo algunos de los testimonios que muestran con toda crudeza el conflicto de pareja de dos personalidades que al final vencieron en la batalla del amor. Bajo la figura de Titania y Oberón, la feliz ocurrencia de Ortega y Gasset nombrándolos con personajes de la fantasía mítica, Zenobia y Juan Ramón Jiménez protagonizan una de las aventuras más atrayentes de la historia intelectual española y será una nueva dimensión para los estudios juanramonianos en el futuro. Nadie que conozca y aprecie la obra del poeta puede sorprenderse ante la oposición de Zenobia a dejarse absorber por su marido. Desde aquella confesión del noviazgo (« yo procuraré siempre ser una buena mujer para ti ») hasta el rendimiento final que acontece en una situación emocionante, ya muy enferma, cuando el 17 de octubre de 1955 confiesa: « El objeto de lo que me resta de vida es solamente ayudar a J.R. a que se realice lo que se pueda de su obra y lo que quiero es trabajar en su Biblioteca resumiendo su archivo »22, uno y otro, cada cual según su personalidad y temperamento, levantan un auténtico « monumento de amor », que es el título con el que Juan Ramón trató de homenajear a su esposa.
19Zenobia terminó por plegarse al objetivo literario de su marido: rematar alguna de sus obras, especialmente su Tercera Antología y conseguir que la Academia sueca le otorgara el Nobel. Y a ello se entregó, herida ya de muerte, con nuevas y renovadas energías. El « monumento de amor » que tan esforzadamente ambos construyeron tuvo un epílogo al mismo nivel que alcanzaron alguna de las parejas del imaginario romántico. Pocospasajes biográficos tienen la fuerza dramática que el que protagonizan en Río Piedras aquellos dos ancianos, final y definitivamente enamorados, en los días finales de Zenobia agonizante en el hospital y a la que acaban de comunicar, haciendo una excepción absolutamente inusual, la concesión del Nobel a Juan Ramón. Fue ella con un solo monosílabo quien le comunicó la buena noticia al poeta.
Zenobia intelectual: autora, traductora, empresaria y activista
20La reivindicación intelectual de Zenobia no puede en modo alguno limitarse a los aspectos asistenciales a la obra de Juan Ramón Jiménez, tanto como altruista colaboradora en la gestación de la misma como en la vertiente de cuidadora de su frágil salud psicológica. La importancia de su personalidad abarca otros tres campos de interés: la labor literaria autónoma, su activismo en causas sociales y cívicas y su tarea de emprendimiento empresarial. Hasta una edad muy avanzada, Zenobia no había renunciado a convertirse en escritora. Lo cuenta ella misma con su inimitable sinceridad:
Muchas veces había pensado en un porvenir de escritora. Pero como no me casé hasta los veintisiete, había tenido tiempo suficiente para averiguar que los frutos de mis veleidades literarias no garantizaban ninguna vocación seria. Al casarme con quien, desde los catorce, había encontrado la rica vena de su tesoro individual, me di cuenta, en el acto, de que el verdadero motivo de mi vida había de ser dedicarme a facilitar lo que era ya un hecho y no volví a perder el tiempo en fomentar espejismos23.
21Más claro aún es el testimonio que Soledad González Ródenas recoge en uno de sus trabajos sobre la vocación literaria de Zenobia:
A los veinte años –respondió Zenobia en una entrevista realizada en 1948– estuve a punto de hacerlos [versos]. Los sentí brotar dentro de mí. Conocí luego a Juan Ramón. Tengo un agudo sentido de la autocrítica. Consideré que poco podía dar entonces a la poesía, y, en todo caso, no mucho más en el futuro. Me limité, pues, a ser la esposa y compañera espiritual de un gran poeta. He vivido su obra. Comparto el pensamiento vivo de toda su labor. He visto nacer sus poemas con honda emoción, y cuando escribe prosa, soy su dactilógrafa. Es una forma íntima de estar en su trabajo. Sólo que a veces el pensamiento de Juan Ramón vuela mientras dicta. Mis pobres dedos no lo pueden seguir, y tengo que exclamar « ¡Para, para, Juan Ramón, que no puedo alcanzarte! »24.
22Y sin embargo, y a pesar de su conmovedora modestia, el legado literario de la esposa de Juan Ramón, aun con su estilo desaliñado de puro espontáneo, tiene, en nuestra opinión, una especial relevancia. Un avezado autor de prosa memorialística, Andrés Trapiello, lo confirma:
Son los diarios de Zenobia uno de los testimonios más abrumadores de la literatura española… y no deberían leerse sino acompañándolos de la lectura de los poemas, aforismos y prosas que el propio J.R. escribía o corregía por entonces […] Y es opinión compartida por muchos que sin la inteligencia y el arte de Zenobia la obra de su marido no hubiera podido llevarse a cabo, al menos tal como la conocemos25.
23La vocación de escritora de Zenobia venía de lejos. Apenas una adolescente, con sólo catorce años, alumna de la Universidad de Columbia, comenzó a divulgar sus colaboraciones en una prestigiosa revista escolar de Nueva York. Publicaba cuentos inspirados en vivencias familiares, relatos biográficos, sucesos fantásticos y ganó concursos literarios. Cuando alcanzó la mayoría de edad continuó colaborando en revistas en lengua inglesa. Tenía una especial disposición para divulgar entre las elites norteamericanas la historia, el arte y la cultura española mediante artículos sobre los lugares colombinos, Valencia y Sorolla, la Feria de Sevilla, sobre la artesanía hispana, y especialmente sobre todo lo hispano que suscitara interés en el país que estaba a punto de convertirse en la gran potencia mundial del pasado siglo.
24Por otra parte, la dedicación a la traducción dirigida a enriquecer la obra de su marido fue permanente a lo largo de su vida26. De este modo consiguió que los derechos de traducción de la obra de Tagore terminaran convirtiéndose en la primera fuente de ingreso de la que dispusieron los esposos, a menudo por encima de los ingresos que la propia obra de Juan Ramón les produjo. Una de sus últimas contribuciones económicas al sostenimiento fue el contrato con la Universidad de Puerto Rico para traducir folletos de divulgación científica durante un año por 200 dólares mensuales.
25Otro de los momentos más felices y fecundos de Zenobia fue su breve pero intensa dedicación a la Universidad. En 1942 Zenobia y Juan Ramón fueron contratados como profesores de Lengua y Literatura Extranjeras, en la Universidad de Maryland. Después de un viaje triunfal por Hispanoamérica, dando conferencias en Argentina y Uruguay, Juan Ramón recae en su enfermedad y nuevamente Zenobia sacrifica por su marido su vocación por la enseñanza y su proyecto universitario. Aconsejada por los médicos, decide buscar un lugar donde el poeta se sienta como en su tierra y por ello se decide por Puerto Rico donde se instalan en 1951. Afortunadamente ambos son nombrados profesores y realizan una incesante actividad, compatibilizando Zenobia su trabajo al frente de la Biblioteca que la Universidad había dedicado a la obra de Juan Ramón. Allí a Zenobia se le reproduce el cáncer, del que ya había sido tratada en España en los años 30 y tiene que trasladarse a Boston donde es operada, a final de 1951. Una vez restablecida se incorpora de nuevo a su actividad universitaria, trabaja en la obra del Nobel y cuida a Juan Ramón, cuya precaria salud sufre otro grave deterioro.
26La vocación social y solidaria de Zenobia es otra de sus facetas más admirables desplegadas intensamente. En su primera juventud en España, cuando su padre estaba destinado en la Rábida se convirtió en maestra voluntaria de los niños que vivían en la aldea que existía en aquella zona a principios del siglo, montando una escuela en la que les trasladaba sus conocimientos y su pasión por la cultura. En sus años madrileños fue una de las cuatro fundadoras de « Enfermeras a Domicilio », colaboró en grupos como « El Ropero de Santa Rita », « La visita Domiciliaria », « El Comité Femenino de Higiene Popular », fundadora del « Comité para concesión de Becas a Mujeres españolas en el extranjero ». Se inscribió también en la « Asociación Nacional de Mujeres de Acción Feminista, Política-Económica y Social » y desplegó una actividad muy notable en tareas de promoción de la mujer, colaborando con María de Maeztu, en el Lyceum Club, el primer club de mujeres fundado en España, donde Zenobia ocupó el cargo de tesorera. La relación de entidades e instituciones con las que Zenobia colaboró en el exilio es inabarcable. Allí donde existía una institución que promoviera el desarrollo social y cultural de la mujer, allí se encontraba Zenobia, desde La Habana, a Estados Unidos, Puerto Rico o atendiendo cualquier requerimiento que le llegara de cualquier país hispano. Pero el ejemplo más contundente del compromiso social de Zenobia y Juan Ramón es la creación de un refugio u orfanato en Madrid para niños huérfanos de la guerra, sufragando ellos sus necesidades y exponiéndose a los peligros que implicaba la Guerra Civil en una ciudad convulsa e inhóspita. Sus « niños de Madrid » fueron una de sus preocupaciones más sentidas en sus primeros años en el exilio.
27En esta particular reivindicación de la figura de Zenobia Camprubí falta aún por glosar una de sus contribuciones más notables a la modernización de las estructuras sociales de España: su apuesta por el papel de la mujer hasta el punto de que los nuevos estudios sobre Juan Ramón y su esposa sitúan a ésta como pionera en el movimiento feminista y una de las grandes feministas de la historia moderna de España.
28Tal vez no valga la pena seguir especulando sobre la importancia de la colaboración de Zenobia en la obra de Juan Ramón Jiménez y sobre el devenir del corpus poético del Nobel si la « Americanita » no se hubiera cruzado en su camino. Lo cierto es que, juntos, construyeron uno de los monumentos de amor más admirables que sólo se alcanza a ver en toda su dimensión en la medida que se profundiza en la biografía de ambos. Son en todo caso reflexiones suficientes para consolidar el papel de uno y otra en la historia, pero no agotan la admiración que Zenobia Camprubí suscita en el plano literario y como una incansable activista social y cultural.
1 Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, Poemas y cartas de amor, éd. Ricardo Gullón, Santander, La isla de los ratones, 1986, p. 13.
2 Graciela Palau de Nemes, Vida y obra de Juan Ramón Jiménez, Madrid, Gredos, 1995, p. 67.
3 Zenobia Camprubí, Diarios, Madrid, Alianza, 2006.
4 Juan Ramón Jiménez, « Sonetos espirituales », in Libros de poesía, Madrid, Aguilar, 1957, p. 27.
5 Incluso centrándonos en el sentido cromático del adjetivo, el azul celeste es el color con que aparece tocada la Virgen María en la gran mayoría de representaciones pictóricas del Barroco español, como las de Murillo, o las de Ribera, por ejemplo, o en las del Renacimiento italiano, como las de Rafael. Por otra parte, el título desprovisto de artículo tiene ciertos ecos pictóricos, como también ocurre con otros sonetos espirituales como Muro con rosa. De sobra es conocida la tendencia juanramoniana a esa singular manera, tan cercana a la sinestesia, de asociar dos artes, pintura y poesía, vista y voz, lo sonoro y lo visual.
6 Juan Ramón Jiménez, Eternidades, in Libros de poesía…, op. cit., p. 577.
7 Juan Ramón Jiménez, Diario de un poeta reciencasado, ed. Hugh A. Harter, Selinsgrove, Susquehanna University Press, 2004, p. 93.
8 MARGA, ed. Juan Ramón Jiménez, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2014.
9 Antonio Campoamor Gonzalez, Vida y poesía de Juan Ramón Jiménez, Madrid, Ediciones Sedmay, 1976, p. 371.
10 Ibid., p. 362.
11 Ibid., p. 429.
12 Ricardo Gullón, in Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, Poemas y cartas de amor…, op. cit., p. 31.
13 Antonio Campoamor Gonzalez, Vida y poesía…, op. cit., p. 457.
14 Zenobia Camprubí, Diarios…, op. cit., p. 180.
15 Ibid., p. 277.
16 Ibid., p. 186.
17 Ibid., p. 188.
18 Ibid., p. 286.
19 Ibid., p. 191.
20 Ibid., p. 254.
21 Ibid., p. 225.
22 Ibid., p. 297.
23 Antonio Campoamor Gonzalez, Vida y poesía…, op. cit., p. 494.
24 Soledad González Ródenas, « Zenobia Camprubí, traductora », in Zenobia Camprubí y la Edad de Plata de la cultura española, Sevilla, Universidad Internacional de Andalucía, 2010, p. 240.
25 Babelia. Diario El País, 7 de octubre 2006, p. 7.
26 Soledad González Ródenas es quien mejor ha estudiado y reivindicado, por otra parte, la meritoria dedicación de Zenobia a la traducción literaria, comenzando por La Luna Nueva de Tagore.
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